«La Gran Guerra supuso un salto cualitativo y cuantitativo en la representación de la contienda, modificando a su vez las formas del ver. Se trata, justamente, de una modificación que tiene lugar cuando la guerra ya no es el objeto de visión para el soldado. Desde las trincheras, moviéndose de noche o al amanecer, el oído se convierte en el órgano de la supervivencia. Ejercitarse en la escucha, en un estar alerta en un mundo cuyas coordenadas visuales han sido amputadas será lo primero que el soldado debe aprender.» – Carmen Pardo, En el silencio de la cultura
Insurrección
En esta oscura noche de la pudorosa y mezquina Antioquía, en la retrógrada y futurista Metellinum, las cajas de la máquina audiovisual hacen eco sobre supuestos líderes que pretenden dirigir el país durante los siguientes cuatro años. Mientras la posibilidad del cambio se ve opacada por las típicas estrategias de viles fuerzas conservadoras, se oyen al mismo tiempo –aunque no evidentemente en los mismos parlantes– una manada de máquinas acopladas para gritar códigos que posiblemente ninguno de esos importantes arlequines del poder, tan entretenidxs con su pretendida democracia, lograrían entender. Si vamos al meollo más profundo de la cuestión, podemos ver que la ficción sónica de la música electrónica, entendida en su función esotérica y ontológica, se plantearía en este caso como un lenguaje en ocasiones más propicio para expresar la grieta necesaria de los tiempos muertos de una Colombia caída, en una Latinoamérica aún con delirio de realidad, plagada de ciudades imaginarias, con lo de siempre: una imposibilidad de ubicar la diferencia precisa entre el espacio de la ficción y el de la realidad. Desde tiempo sin principio somos vida mítico y parece que nuestra suerte fuera aprovechar el limbo que el mestizaje impone en tanto transformación constante de lo que se junta. Por ello más que pender de una cuerda, la oportunidad de una ciudad agrietada y mestiza, incógnita y psicotrópica, se construye precisamente en la fuerza contra-cultural que se ubica en el teatro del mundo como estrategia única para contrarrestar toda utopía que pretenda imponerse, logrando así un permanente auge de resistencia y futurismo, aquí no ruta de Cronos, sino espacio abierto sin fijación alguna de lo que emerge; más bien el tiempo se diluye y lo que sería ciencia ficción, aparece vestido de realidad. Ejemplo de ello la abstracción muda del techno o el electro, que en su auge de revolución, logran situarse como fuerzas rítmicas, espacios heterogéneos, donde las políticas no son mera decisión entre la semántica o la metralla, que al igual que las propuestas políticas, no parecen en muchos casos servir para viajar en el tiempo, cosa que si tiene la agencia sónica en tanto dimensión especulativa, cuya misión en la Nueva Granada parece clara: sublevación.
Sublevación
Esa patria podrida, boba, abismal y torpe, perdida en el materialismo hipnótico y la ignorancia ante la desinformación, aún parece perseguida por su propio anhelo de ser dominada por entidades de una calaña igual de sangrienta que la de las masas que otrora se batieron este pueblo desde la territorialidad rasa o la apropiación extranjera. Hoy –y quizás siempre– son mestizos contra mestizos, preguntas peleando con preguntas, seres incompletos en pugna con otros incompletos. Todo ese mundo de diferencias es una quimera igual a la razón que las funda. Por eso toda forma de adherirse a la utópica tendencia del progresista, clasista, racista, parece acabar en guerra. Y por eso mismo es que toda guerra es absurda, toda competición es torpe; porque esconde algo, porque nunca se sabe, porque inevitablemente acoge el azar. La vida misma aparece en el meollo de la cuestión a debatir y entonces vivir es sobrevivir, y la dimensión ontológica parece estar naturalmente ligada a su dimensión inconclusa, reacia a la estaticidad. Y así la cuestión: «¿resistir para existir o existir para resistir?» Quizás ambos en oscilación: Rexistencia. El ser y el sueño del ser, el mestizo no ante el colonizador, sino como eslabón de su cadena. Por eso es como si nunca hubiese parado la sangre, por eso en este Macondo de títeres todo se oye a ratos como si nunca hubiese posibilidad alguna de salir de esa patria onírica, imaginaria y extática; sumergida hoy entre un suspiro supuestamente posterior al conflicto pero a la vez irrealizable por estar aunado a la incómoda tensión de fuerzas que no demoran en desatar el virus que pretende su fiebre de poder. Son tiempos ambiguos, borrosos, indelebles, pero igualmente abundantes en impulsos de resistencia y emancipación, especialmente en esta Gran Colombia donde el centro se volvió un extremo y las posibilidades de un mundo tolerante, abierto y heterogéneo, se ponen riesgo ante a modelos que pese a ser retrógrados, sangrientos y de abundante falacia, triunfan entre los entes imberbes que ni siquiera se dan cuenta del circo porque su adherencia a la ignorancia y la materia, ya parece ocuparles toda la vida. Por eso son tan fáciles tantos oídos de tantos hambrientos a los que la máquina audiovisual inunda de propaganda, estupidez, desinformación, malas palabras, frases truncadas, utopías huecas, formas de vida tontas, ilusiones de realidad, modelos fatuos de sujetos, propuestas que son máscaras, nociones que solo consumen. Nuestra guerra es ante todo una basada en la logomaquia, en la dicotomía de lo que se presenta dentro del discurso de la existencia. Por ende la resistencia se ve implicada como un reto a asumirse no solo ante la bala que anula el latir, sino ante a la palabra que no deja pensar, la información que anula la libertad desde el lenguaje mismo. Asistimos entre estas montañas a una guerra sónica, invisible, armada hasta los dientes con palabras y gritos, susurros, silencios. Es un forcejeo de voces, una competencia de versiones del mundo; una apoteósica batalla de utopías en el centro de la Babilonia audiovisual, donde la ficción sónica parece generar siempre una grieta desde la capacidad generativa del auditum. Es entonces la sonoridad tanto una consecuencia como una necesidad.
Gritar
Ante un panorama semejante, la única opción no será meramente filtrar información, depurar lo que se lee, se ve, se oye y se piensa, o militar en las redes para expresar contenidos que en muchos casos corren el peligro de ser malinterpretados, generando un ruido en la transmisión que en vez de decir el mensaje, lo trunca, lo ensucia, lo envenena. Es mejor además de ello, e incluso en vez de cualquiera de esas rutas, saber primero detenerse a la escucha que descifra qué se dice, qué se imita, qué lee, ve u oye dentro de toda la maraña que se manifiesta en el filtro informático que cada ciborg encuentra. Se trata en esa medida de compartir lo justo dentro de la Gran Máquina, utilizando los lenguajes adecuados y no creyendo que la única acción política en un territorio cibernético es un voto, un disparo o una ley. Hoy hemos adoptado otros códices, en espacios diferentes dentro del laberinto que tildamos de ciudad. Por eso es en ella misma donde debemos ser capaces de expresar y entender un mundo que es tan real como el de los decretos y las granadas y merece una consideración como fuente de mundo. Por eso hablamos de un derecho ontológico que presenta el mestizofuturismo a la hora de batirse con otros gritos revolucionarios, dentro del mismo sistema, en su caso sumido en la estructura acústica-acusmática en la que se ven involucrados tales agentes. Esa grieta, por ende, no puede verse, no pesa nada, no se encuentra en los estados típicos de la materia, lo cual hace que ciertas valoraciones a las categorías visuales implícitas, no se puedan aplicar del mismo modo. Tampoco puede ser una mera contra-cultura que se limite a contrarrestar lo ocular a punta de impulsos auditivos, en tanto el mestizofuturismo no viene a ser una utopía como tal, sino una incubadora de las mismas. En el fondo es quizás una tendencia de cualquier modelo de mundo, que no se define simplemente desde un esquema particular, sino más bien desde la reacción de una a otra, una pugna de mundos desde su planteamiento, su declaración de resistencia ante otros. Por eso no solo necesitamos entonces máquinas sónicas que abran el espacio para la escucha, sino también ficciones dentro de esa escucha, mundos en la apertura de los cuerpos a la sonoridad. Así la magia de los paisajes no queda solo limitada al pueril terrorismo que tanto se esmeran algunos por configurar en la materialidad, y más bien toda topografía aparece confeccionada inicialmente desde una consideración invisible, una profunda apertura dentro de la escucha en su heterogénea libertad, fuera de la materialidad y fundada más bien en el espacio que dispone quien milita desde la sonoridad. Espacio que es más bien un taller, un laboratorio, un centro donde se confeccionan prototipos de mundo que se hacen pasar por mundos. Espacio que puede ser público, como un puente en la calle 68 de la capital, donde el grito que promulga una nueva consciencia política, no se orienta al discurso de la demagogia sino al espacio del movimiento futurítmico. El rave entonces no es mera opción sino urgencia.
Mestizofuturismo 3.0
Atienden así las ciudades a sus grietas de transformación, esperando conjuntamente un cambio y disolviendo cada día con más vehemencia la frontera entre la calle y la pista de baile. Ante este panorama, la ficción sónica se compromete políticamente en tanto fuerza material-inmaterial, sin necesidad de adherirse concretamente a una de las figuras tradicionales del ensamblaje político. Así, sin partidos ni discursos pomposos, se atiende a la escucha cruda que vaticina un nuevo tiempo en la resonancia que la conduce a la renovación, a la mutación; como si el mestizo oyese, bailase y cantase no para liberarse de su condición, sino para reconocerse siendo lo que es. Atiende entonces el mestizofuturista a los brotes de una insurrección negada que a su vez se representa como constante posibilidad de seguir colándose por las grietas que se abren por debajo de un país en el que la superficie es cada día más agreste. Y en ese sueño de adicción al tiempo y a la máquina, entre la monstruosa ciudad que se desvanece en las nubes, se va dejando espacio para una gruta sónica, que ya hemos seguido desde hace un tiempo de la mano de Insurgentes, esos sabedores que las herencias en la música cibernética serán tantas como los nodos que dan origen a su vasta red sónica, y que por ende en estas tierras no es de extrañarse que aparezcan impulsos similares a los que otras ciudades imaginarias también manifestaron a la hora de combatir entre sí en otros espacios, como la siempre ejemplar Detroit. Aún así es claro que hay cruces específicos que se vuelven transferencias únicas, formatos que se pueden aplicar en otros modelos, aunque alterados por sus otras variables. Así como la segunda ola de Detroit heredó el EBM europeo y lo fusionó un imaginario afrofuturista, cargado de ciencia ficción, militancia mística y emancipación musical, así mismo Verraco en Insurgentes parece localizar esa «pequeña Detroit» –como llamaba Gonzalo Arango a Medellín–, donde se puede aún hablar de un grito de resistencia, en este caso sónica y específicamente desde la manifestación híbrida del techno, el electro, el ambient, entre otras figuras reconocibles aunque cada día más diluidas en la fórmula de este vocero de guerrilla sónica, ávido en enseñarle al pueblo cómo gritar sin necesidad de volar cuerpos. Ahora bien, más que simplemente mimetizar la empresa afrofuturista de la gran Detroit, la estrategia de Insurgentes ha sido la de inspirarse en ese tipo de modelos sin olvidar su plante, esto es, radicando su manifestación en la condición mutante, mestiza, resistente y contra-utópica que ha habitado el pensamiento latinoamericano desde tiempo sin principio. De hecho es el tiempo el primer elemento en diluirse en este mestizaje de figuras cósmicas que se aprecia en la fantasía que Verraco y su séquito siembran en Medellín. Sus impulsos, tan militantes como místicos, le son fieles a la ecuación de emancipación y terror que menciona Simon Reynolds en Energy Flash, figuras que dan lugar a una suerte de esoterismo sónico, terrorismo subsónico, esoterrorismo entendido no solo en sus vías de asumir lo local como escena, sino ante todo aquello que se tiende a valorar como propio; la memoria, la historia, el contexto, todos diluidos en un grito por otro tipo de realidad, una al menos capaz de contrarrestar las típicas siluetas con que han tejido nuestro pueblo. Por ello el mestizofuturista no solo aparece en las palabras sino ante todo la declaración concreta del mestizo en su confluencia de variables, no como mero reemplazo del afro en el núcleo epistemológico de la cuestión –lo que sería un mero cambio de palabras sin ahondar propiamente en el concepto que emerge– sino más bien en el impulso ontológico que le permite el futurismo al mestizo: quebrar el tiempo y armarse un mundo, usualmente a partir de la resistencia ante otro que alguna fuerza relativamente mayor busca imponerle.
Colores
Podemos entender esta pregunta si nos detenemos en las ideas del mestizo, la memoria y la tradición que se integran en la ficción sónica de Verraco e Insurgentes en general, como ya hemos apuntado en entregas anteriores y esta vez traemos en cruce con diálogos con el medianamente anónimo personaje. Tres colores cierran el primer ciclo de lo que ha sido llamado Verraco, un proyecto que se ha atrevido a plantear la ficción sónica en toda la dimensión que Kodwo Eshun le otorgaría: desde los nombres de las pistas, las imágenes, las frases, las referencias, la puesta en escena, el concepto, hasta lo que parece ser el núcleo de todo el asunto: el sonido, concretamente el ritmo, aquí presentado como una figura de la resonancia que constituye un grito presentado en tres formas de reclamo mestizo, híbrido, mutante, ambiguo, paradójico en la raíz del tiempo mismo que modela la máquina y el baile. El primer EP, ‘Resistir’, fue un disco blanco donde se dejaba ver la imagen de un indígena guerrillero. El segundo, vinilo negro con la imagen de un ser andrógino con su cara oculta casi por completo. Y el tercero, que cierra lo que sería una primera etapa de la fonoficción de Insurgentes, es rojo y con Freddy Rincón en portada.
Insurgentes †
Insurgentes es un sello no solo importante por la sonoridad, sino por plantear eso que Eshun llamaría en ‘Más brillante que el sol’, ‘conceptechnics’, que vienen a ser una suerte de conceptos nacidos en la ficción sónica particular de un productor, colectivo, banda, sello, etc. De esta manera nuestra reflexión estaría tratando de expandir las posibilidades de estos términos, comenzando por lo que sería concretamente el algoritmo mestizofuturista en cuanto tal. Por ello fundamental para nosotros este acercamiento directamente con Verraco, quien en sus palabras nos describe los pilares de su utopía sónica. Lo venimos entrevistando desde el año pasado, al principio sin que él mismo se diera cuenta. Es un personaje cauto aunque no por ello esquivo. Nuestro primer contacto fue en el futuro en el ya extinto Mansion, donde apenas cruzamos unas palabras. Luego nos fuimos encontrando, hasta que en el Freedom de este año tuvimos la oportunidad de compartir un poco de la historia de su imaginario. Según nos cuenta, la idea de Insurgentes nació en la avenida homónima de Ciudad de México, en coincidencia con exploraciones sobre la historia de los movimientos guerrilleros en Latinoamérica, como nos cuenta Verraco, quien junto a Defuse, inició con el sello un modelo también de guerrilla, de insurgencia y revolución, pero con una diferencia: se combate en la invisibilidad del sonido y en su manera de hacer chocar los cuerpos, no en los formatos trillados de políticos y bandoleros, sino en las formas del rave abstracto y el encuentro psicofísico con una música eléctrica, telúrica y aparentemente impulsada con el único afán de revelar un nuevo espaciotiempo. Futurista por sus máquinas, pero igualmente por la manera como permite la expresión pretérita, la tradición ancestral que se refleja en la figura tribal que adquiere el rave que plantea Verraco y que asume en su condición cibernética desde la dimensión del productor, del DJ o de la casa discográfica.
Arma de vida
«Para nosotros este movimiento desde la electrónica concretamente tiene unas características políticas super fuertes. Sobre todo en la pista de baile y más nosotros como latinoamericanos. El hecho de que el sello se llame Insurgentes, el hecho de que cada EP tenga en su portada justamente un insurgente pero llevado desde un plano místico. Por eso es que hay primero un guerrillero indígena, luego un insurgente con la androginia, luego con la expresión racial. Entonces es Insurgencia no tanto por la minoría sino porque son espacios que están firmes en la resistencia. Así, a través de la música –que siempre es lo más importante–, podemos hacer statements o declaraciones que para nosotros es lo más clave: saber cuales son las declaraciones de nosotros como unos pelados de Medellín, de Bogotá, de Latinoamérica que quieren música electrónica.. Qué es lo que quieren gritar, qué es lo que quieren emancipar a través de la música como herramienta y como arma de vida.» – Verraco
No los maten a todos
Como cualquier grito de revolución, el tercer vinilo, Don’t Kill‘em All, es al mismo tiempo una pregunta abierta y respuesta anticipada. La pregunta se crea en la ficción que abre la escucha; la respuesta la logra el sonido, que en sí mismo ya es efectivo a baile y psique por igual. Entonces blanco, negro y rojo se traducen en múltiples corrientes de sintetizadores, secuenciadores, voltajes, dígitos, números en una extraña disposición al movimiento. El mestizo es una aleación extraña que se junta con otras también raras, como las máquinas. Ambos son preguntas incompletas, con respuestas también a medias, pero una certeza: sonar, como quien transita en el universo siendo no más que un eco fatuo donde a ratos descansa la vida, a ratos se agita, siendo en este sentido un devenir eterno de la cruz y la lanza, de la infamia y lo positivo; pero también dispuesto en la sonoridad como una alternativa a toda diatriba colonial, por ende abrazando esa pugna de formas, heterogeneidad de cosmovisiones, grieta inhumana, frontera con lo animal y el ancestro, con el cosmos y la quietud que subyace en la escucha atenta del mestizofuturista, hoy ni chamán ni científico, solo un rumor de los momentos, lanzando el último grito, el ingrávido clamor de lo sónico. Todo se lo llevaron esos usureros que hoy siguen liderando votaciones. Por eso ahora no queda nada en la esfera gravitatoria de nuestro mundo y solo podemos habitar lo etéreo: ecos, silencios, sombras, espacios, soledades, presencias, cualquier efeméride, todo aquello similar a las nubes. Es por ende imposible seguir las formas predispuestas de la materialidad, en tanto se nace bajo la mutación que dicta la escucha, en la que aparece Verraco con la batuta en la construcción de una ficción sónica capaz de acoger semejante diversidad en cualquiera de sus estratos. Su estética sería aquella mestizofuturista, es decir, que busca conceptual y sónicamente una mutación de figuras, en este caso rítmicas, melódicas, pero también culturales, temporales. Es algo particular de Insurgentes: eclecticismo en el tiempo.
Futuritmos
La cultura etérea de la que habla Toop en Océano de Sonido, es en ese sentido una cultura de escape, un túnel bajo la ciudad de cosas, una ruta hacia la imagen y el sonido, donde la audiovisión configura una matriz para el mestizo en la cual ha quedado atrás cualquier división innecesaria. Las dicotomías de lo material no tienen relevancia y parecen susurros de los sedientos, escuchados a veces entre las pausas de los beats y las fugaces transiciones de mundos entre espacios del tiempo. Aquí todo es pura sonoridad y la sangre es entonces voltaje, movimiento, reconfiguración política.
What Remains
A veces vale la pena ser sensatos: las utopías dignas de semejante categoría, solo surgen tras el fatalismo. El del humano es hoy el de la tierra misma, con el antropoceno evidente en cada segundo de nuestro milenio. Pero el mestizo mismo nace de la muerte de las razas. El ciborg aparece en la mutación y de la misma manera el mestizaje se muestra desde el movimiento de lo que se supone quieto. Entonces cuando todo se para, cuando todo explota, cuando todo muere, cuando todo es fatal, nace la utopía, como el impulso futurista, como esa suerte de mañana que se vive en presente. «El futuro es un presente extendido», dice Timothy Morton en Dark Ecology. Por eso trabajamos con lo que queda, creando «orgías de máquinas como un Korg MS-20, secuenciadores modulares, maquinas analógicas como los artefactos de Elektron, entre otras bestias que nos menciona Verraco, quien las utiliza en una suerte de especulación de la animalidad y el salvajismo, pero las presenta finalmente bajo coordenadas estrictas de la disposición sónica del tiempo, como esquemas aurales que develan rutas a otras figuras del cosmos.
No estamos pintados en la pared
Es de noche y Verraco es conducido por su maestro cerca al club about/blank en Berlín. Y entonces una epifanía, que será la que materializará en Don’t Kill‘em All, su tercer EP, no propiamente por música que habrá de oír en el recinto, sino por un detalle inesperado hallado en sus afueras. Se trata de un stencil del grafitero Toxicómano donde aparece Freddy Rincón celebrando un gol ante los alemanes en el 90. Acompañado al afiche una frase: «no estamos pintados en la pared.» Ante esto dice Verraco que halló una expresión racial contundente en la que aparecemos celebrando el triunfo sobre esa otredad del europeo. Es una suerte de gesto post-colonial donde se busca una reivindicación de la condición del que ha solido estar marginado y que ahora, en estos tiempos sin mañana, aparece sin más, en una posición contraria, con la oportunidad de colonizar el mundo, aunque no por ello esto implicando segregación de lo colonial, sino desde la manifestación de lo propio, al menos en lo que respecta al al ritmo y la composición de los sonidos.
Colonizadores colonizados
Somos y no somos. Estamos y no estamos. La colonia aparece y desaparece. El mestizo es mezcla e indeterminación. Lo extraño es cada vez menos extraño y la anomalía se vuelve la norma en tanto el ciborg se reconoce entre lo que eran montañas y hoy son números, suministros y códigos que se trafican en oficinas como los paquetes de coca que sí, aún hoy abundan en los rescoldos de la Medellín que explotó en el siglo XX. Todos los mestizos replicantes se terminan reconociendo ante sí mismos, colonizadores colonizados, máquinas en el espejo humano y viceversa. El mestizaje como oportunidad de la mutación, y el sonido entre toda la cuestión como plataforma a la contra-utopía que devela no un mundo sino el alcance de la oscilación entre las diferentes figuras de la ecología que permiten confeccionar espacios habitables. Una arquitectura en las dimensiones de la ficción sónica que permite en efecto, una transformación sobre lo que pareciera estar fuera del sonido.
Dislocación
«Cuando me siento en el estudio con la máquina me cuesta muchísimo hacer un tema 4/4. Mi concepción del body music es diferente, parte de rítmicas un poquito más complejas, diferentes al tradicional 4/4, que me gusta y es casi que lo que más pongo como DJ, pero a la hora de producir si me gusta explorar a velocidades y ritmos diferentes.» (Verraco)
MDE Rave Society
«Glorioso y doloroso valle de Aburrá»: llegan aquí estos hijos de la revolución que aprendieron cual es la real violencia y cómo a veces se confunde el ritmo sagrado por el de la penumbra que destruye los corazones y llena fosos de muertos que posteriormente serán cubiertos no con escombros y residuos de una ciudad donde las fronteras invisibles son visibles y la fugacidad de la vida es patente en esa dinámica devoradora, en esa aceleración de una máquina que no estaba preparada para el proyecto que pretendía y que aún cree sostener. O quizás sí, y nuestro destino es esta tierra batida entre aquellxs que se han perdido en la resonancia del deseo de lo concreto y se olvidaron del espacio abierto que la misma resonancia tiene en sus estratos más elementales, submateriales, anacrónicos, fundamentales, como lo son esos paraísos sónicos, ciudades escuchadas, utopías prodigiosas de la ficción sónica. Son formas superiores de comprensión del entramado político porque lo realizan en su fundamental forma de caos, pugna y movimiento –desde el ritmo–, pero no lo asumen sin orden, sin estructura o intención –desde la organización de los ritmos. Así entonces se desarrolla una estética capaz de gritar ontológicamente, esto es, situando esa resistencia y esa existencia desde una manifestación sónica concreta; como una institución invisible, un gremio ingrávido, una confabulación acusmática en el núcleo del subsuelo de esta Colombia posterior a Colombia, que a ratos parece morirse por el miedo a recibir lo que pareciera básico y sencillo: ecuanimidad, la libertad y el espacio para la nueva tierra. Pero entonces esa institución es más bien una secta, una guerrilla, una sociedad subrepticia, un grupo con medios y fines concretos: Medellín Rave Society abre así el próximo capítulo de la película de Insurgentes, una grieta en el espaciotiempo de este valle hipnagógico donde perdidxs Aburráes aún se debaten el pan y el hábitat, mientras otros se roban el pan, y aún sin circo, nos entretienen a todos para tomarse todo cuanto se les aparece en frente. Esperemos quizás que el grito sirva al menos para que esta sociedad abra nuevas rutas del impecable modelo de este sello/colectivo, que ha sabido conservarse exotérico sin anular lo que permiten la condición vicaria y subrepticia de mantenerse en el anonimato y el bajo perfil.
Leve esperanza
¿Nos será permitida una mínima súplica, a nosotros que buscamos paz para poder sonar? A ver si no nos matan a todxs, a ver si seguimos pintadxs en la pared. A ver si escuchamos. A ver si suenan. A ver si algún día, podremos soñar con un baile más extenso que la balacera que tantos parecen querer desatar cuando votan por la guerra. Se avecinan nuevos tiempos y llegan por ende nuevos entes para la función que implican las condiciones recién llegadas. Por ende, también se avecinan formas más concretas de este mestizofuturismo que como método, como ejemplo, como plataforma, se presenta hoy como espacio para atreverse a lo que parece no haberse realizado aún: nuestro momento, hoy no dictado en el tiempo tanto como en el ruido del parlante.