La cueva de Berkeley
Realizando un síntesis conceptual en torno a los presupuestos fundamentales de Berkeley, cabe afirmar que sus bases reflexivas y epistemológicas sostienen que el conocimiento humano es de ideas y no de hechos, sin embargo, toda clase de ideas no son sino sensaciones que pueden expresarse en los contenidos internos y sensoriales del cuerpo, y cada idea es una sensación singular del mundo y una forma de entablar una relación con él: lo que denominamos como “cosas” son el producto de una combinación constante de sensaciones y de la coexistencia cotidiana de alguna de estas ideas en la realidad.
Por ende, esto nos lleva a establecer que no existen ideas abstractas, en tanto no hay una esencialidad fija del universo, sino que todo está en constante recepción. Es decir, no existe la Idea de Amor o de Hombre: esto es solo una palabra que toma su materia prima de las sensaciones que le producen estas realidades que encuentra y siempre obedece a una experiencia particular respecto a lo universalizado en las palabras. Las ideas abstractas son por lo tanto, ilusiones que conllevan en sí mismas un peligro en tanto inducen a crear sustancias independientes de las sensaciones y con carácter despótico en tanto los hombres las utilizan para establecer relaciones y legitimaciones de poder. Según Berkeley, sólo existe lo que se percibe y cómo se perciben las cosas es lo que da forma a las ideas y permite reconocer las sensaciones mismas.
De allí que las consecuencias de comprensión ontológica permitió establecer un punto de resistencia frente a la imagen sustancialista-materialista del universo, hecha casi un parámetro indiscutible e irrefutable por la ciencia mecanicista y sobre todo, por los aportes de Newton. Las causas de este error son las creencias en las ideas abstractas que se fijan en el pensamiento y son alimentadas por los modelos racionales tradicionales, llevando a creer que en cualidades primarias puede descifrarse la naturaleza de las cosas y los objetos que componen el espacio físico. Esto, refutado, amplía la noción y la capacidad del intelecto humano de expandir facultades como la de la imaginación, que permiten atribuir a los objetos infinidad de variables posibles y no sólo unas cuantas que obedecen a un patrón mecánico de interacción.
Desde las capacidades que puede lograr la facultad de la imaginación, argumenta que es ilícita y artificiosa la distinción entre cualidades primarias y secundarias de los objetos, en tanto no existen propiamente unas sobre las otras, sino que se dan en un proceso simultáneo de manifestación. Esto se debe a que para él las ideas de una materia distinta y existente independientemente del espíritu que la percibe no existen: todo depende del observador, que a la vez es observado.
Berkeley tenía un sueño: el de considerar la realidad como un sueño. Pero no cualquier sueño ni cualquier realidad. Se trata de una donde ambas se funden en la percepción, que es también vientre ontológico: esse est percipi (ser es percibir). La sensación en Berkeley determina la existencia en su dimensión fundamental, los objetos existen en su autonomía, pero en última instancia, están determinados por la percepción en raíz.
Percibir e imaginar
La construcción del entendimiento humano se da en virtud de la percepción que los individuos entablan con el mundo, dicho de otro modo, percibir es la materia prima del conocimiento y del lenguaje en tanto dinamiza la experiencia y vitaliza la conciencia. La conciencia vital es aquella inmersa en el mundo y dispuesta a relacionarse con la actualidad del acontecimiento. Y es en el acontecimiento donde el hombre encuentra la potencias de la creación. Es allí donde los símbolos se encarnan y son percibidos, donde el mito desciende a la tierra, donde la sensibilidad transmutan en la imaginación y se lleva a cabo la invención. Donde el lenguaje adquiere sus dimensiones expansivas y el mundo se nombra para poder ser narrado por la vida humana. Así mismo, dependiendo de las dimensiones perceptivas, es que los horizontes de comprensión pueden expandirse a través de ejercicios hermenéuticos.
La percepción es el centro mutable donde pueden los sentidos del mundo ser replegados y desplegados. Es así como los lenguajes ocupan un lugar en la conciencia humana, una vez la naturaleza de la expresión se ve estimulada a manifestarse. Los niveles de percepción están íntimamente ligados a los niveles de la conciencia. Esto conlleva a que las capacidades del intelecto humano transmuten a través de su sensibilidad, en tanto logran fijar una conexión con las dinámicas del mundo, a través de la experiencia misma que desplaza los horizontes de comprensión y dota de realidad natural a los conceptos. Desde esta perspectiva, el conocimiento es apertura sensible antes que metódica. El conocimiento es, antes que ser fijado en parámetros racionales y discursivos, experiencia sobre el mundo.
La percepción es hilo conductor de las facultades intelectivas humanas. No sólo se entiende por percepción aquella expresada en los sentidos corporales, sino también en las facultades internas del hombre. El pensamiento percibe el mundo, percibe problemas, percibe soluciones, percibe creaciones y luego las dispone en un recipiente de lenguajes para poder exteriorizarse y comunicarse a los individuos. La percepción está vinculado tanto a la imaginación como a la sensibilidad estética y la conciencia simbólica.
El símbolo es el universo alegórico que vincula la conciencia de los hombres con las realidades trascendentes que operan al interior de la conciencia humana. El símbolo es el receptáculo de variaciones del sentido. Es así como puede mutar y transformarse en obra de arte o en herramienta científica. Pensemos, para efectos de ejemplificar, en el amor: la forma de expresión desde las artes es considerablemente distante de las investigaciones biológicas o físicas, pero comparten elementos que pueden reconocerse dentro del espíritu. Es así como el espíritu es percepción pura en tanto está ontológicamente condicionado por los mismo valores que constituyen la naturaleza: devenir, acontecer, transmutar, generar, engendrar.
Dentro de la percepción, el tiempo adquiere diversas manifestaciones que permiten ocupar un espacio concreto y orgánico en la realidad del mundo. Puesto que las expansiones y contracciones del tiempo están íntimamente ligadas al ser que está siendo atravesado por determinados flujos temporales. En el hombre, la capacidad perceptiva le permite circunscribirse en diferentes temporalidades, como lo es el tiempo cronológico y kairológico, la percepción del mundo lleva al hombre a oscilar su existencia entre experiencias profanas y sagradas.
La estética es una capacidad humana que entabla un puente de comunicación entre la sensibilidad y el conocimiento. La estética por lo tanto es la capacidad perceptiva dispuesta a reconocer en el mundo dimensiones que nutren el espíritu humano.Dentro de este pilar, nos ocupa por completo el tema de la experiencia vital y la compresión de la realidad. El arte, la ficcionalidad, la expresión, la fusión de sentidos, la complejización del pensamiento y la corporalidad. Las dimensiones simbólicas del hombre, como también sus compuestos emocionales y morales, los gustos y las posibilidades de realización de los sentidos humanos, la riqueza y fecundación del conocimiento, la mutación del lenguaje y la legitimación de la imaginación, son elementos centrales que tiene su fuerza ontológica dentro de esta actividades -estéticas y hermenéuticas- del conocimiento. Realidades últimas como el tiempo o la felicidad, la libertad o la existencia humana, es aquí donde más vitalidad cobra preguntarse por.
La estética es el principio y fundamento por el cual el hombre se ve arrebatado a la conmoción que le causa el mundo, tanto sentimentalmente como ontológicamente, pues es gracias a esta facultad de lo sublime que se ve arrojado al mundo en toda su magnitud acontecimental. Las rupturas de nivel en la conciencia tienen una fuerte dependencia de esta dimensión estética, puesto que permite una relación analógica, con el resto de componentes espirituales que operan dentro del hombre, es decir, le permite acceder a sus profundidades inconscientes para asomarse y conocerlas.
De allí, es natural entonces entender cómo la misma actividad onírica está en función de la manifestación de vivencias simbólicas que en diversas ocasiones se tornan perturbantes o místicas. Esta dimensión estética opera bajo reglas simbólicas en tanto se ocupa de la manifestación de las posibilidades humanas en el mundo: realidades como amor, odio, curiosidad, intuición, emoción, operan bajo este influjo.
La estética, por tanto, es una de los cimientos que permiten la operación de la conciencia humana. Seguido de esto, es entonces inminente que esté articulada directamente con la hermenéutica, en tanto ésta última se pregunta por las posibilidades del sentido y los problemas que tiene el lenguaje a la hora de expresar con cabalidad una vivencia. Si la hermenéutica aborda el problema del sentido, y la estética la condición de conmoción humana, estas dos están actualizando la simbología humana en la medida que permiten que las experiencia radicales siempre estén circunscritas en constante estado de novedad y autenticidad con el mundo. Una autenticidad no voluntaria, sino arrebatadora, que destruye los prejuicios y renueva la capacidad del entendimiento, puesto que si bien la epistemología y las ciencias estipulan leyes de aclaración y metodologías de experimentación, la hermenéutica y la estética permiten la mutación y renovación de los fenómenos en formas no contempladas antes. Así vemos como ocurre a lo largo de la historia la evolución del arte y los idiomas, así como las herramientas de la ciencia y las divinidades religiosas, por mencionar algunas ejemplos directos.
Por otra parte, la experiencia estética permite aproximarse al cuerpo humano desde intenciones no sólo medicinales o gimnásticas (cómo sólo ha pretendido encargarse las neurociencias), sino que permite una reestructuración del mapa orgánico del hombre, sus horizontes emocionales, sus represiones, los temores inconscientes, la comprensión de órganos psicológicos, así como de las correspondencias simbólicas que desde las épocas primigenias establecía el hombre con sus ancestros.
Si bien el área de donde la ciencia saca su materia prima, intelectualmente hablando, se encuentra ubicada en la dimensión racional del Logos, en la estética y la hermenéutica se circunscribe dentro de la racionalidad del Mythos. Esto una clave fundamental de vinculación, puesto que permite establecer relaciones entre saberes y modalidades del lenguaje que puedan dialogar detenidamente con otras realidades del hombre, como lo son su capacidad onírica, la ficción, los movimientos de la pasión, las formas de racionalidad, la angustia, la temporalidad y el cosmos.
El modelo red y la cultura inmaterial
Los nuevos modelos de comunicación y de interacción humanos, visto desde un plano ontológico, repercuten en nuevas comprensiones del hombre frente a la realidad. Temas como el tiempo y el espacio adquieren nuevas connotaciones y nuevas formas de manifestarse. La intangibilidad, la deslocalización, la red/web y la intercomunicación simultánea son elementos que más allá de su designación conceptual, apuntan a realidades que operan dentro de la naturaleza. Los descubrimientos de nuevas temporalidades, de modelos simultáneos de comunicación y el desarrollo tecnológico tejidos a la construcción ontológica, que ve esto como partes o procesos del hombre extraídos de la naturaleza misma, permiten contemplar nuevas dimensiones tanto del mundo como de la conciencia humana.
La desmaterialización es un experiencia vital creciente en nuestra época, en tanto las dinámicas socio-culturales comienzan a operar bajo patrones diversos. La tradición entonces se bifurca y comienza, a modo de rizoma, a entablar multiplicidad de relaciones en puntos comunes. Estos puntos comunes son los conjuntos humanos y las sociedades, que si bien tienen patrones culturales determinados, permiten la comunicación a lo largo del globo terráqueo con diferentes expresiones y sentidos culturales que ocurren en tiempo simultáneo a su realidad.
La desmaterialización no sólo ocurre al interior de la conciencia de determinados individuos, así como la cultura etérea no sólo es transversal a determinadas poblaciones y grupos humanos. Si evaluamos esto desde una perspectiva socio-política podemos ver reflejados al interior de las culturas y sus instituciones como la mutación es creciente.
Los condicionamientos culturales, la formación de instituciones y las formas de distribución de las poblaciones. El comportamiento de las masas y la transformación de la historia a través de procesos económicos, sociales y culturales. Las luchas tradicionales por el sustento humano básico, las prácticas requeridas que la misma tradición exige, la explotación del trabajo y la perpetuación de la especie, la condensación material a través de las instituciones de las ideas, las fuerzas productivas y de desarrollo, los modelos éticos y las formas del comportamiento colectivo. El control de la libertad y sus formas de administrarlo.El conocimiento de los territorios y las relaciones de poder.
Una de las preocupaciones fundamentales que ha tenido que enfrentar la humanidad es como los hombres, a pesar de sus muy variopintas condiciones, puedan co-habitar un territorio común y compartido y respetar los límites del Otro. Parte de estas cuestiones corresponde al análisis riguroso de la filosofía, en comunión con las ciencias sociales y económicas. La distribución adecuada de las instituciones y del mercado, la conformación de subjetividades políticas mediante pedagogías sociales, la relaciones de poder entabladas entre pueblo con sus dirigentes, las mutaciones de las formas de gobierno, la articulación de la movilidad social y la lucha por el reconocimiento y la igualdad de la especie humana, el derecho a vivir, entre otros elementos, ocupan las cuestiones de este eje fundamental del conocimiento reflexivo.
En nuestra época estamos frente a una ola de privatización de los discursos y de la censura colectiva. En el mundo se enfrentan diariamente mercenarios contratados por los estados, y batallan los sectores privados con los públicos. Si bien el filósofo no puede pretender una facultad divina que le permite el control sobrenatural sobre las realidades sociales, puede destinar sus esfuerzos investigativos a comprender los fenómenos sociales, sus fundamentos éticos y los patrones morales de conducta que condensan una población. Estudiar los movimientos y los cimientos de la cultura permite comprender tanto las formas de plantear realidades como la libertad y el deber, hasta la obediencia y el mal. Temas como la pobreza, la desigualdad, la explotación, el consumo, la riqueza, el despilfarro, son temas recurrentes no sólo para la reflexión ética de la cultura etérea, sino para comprender cómo operan los organismo internos que sostienen el artificio social. Detectar sus puntos de fisuras, tanto en sus fraudes como virtudes, permite fortalecer la comunidad y llevar a cabo la defensa de la especie y a su vez , la revolución de pensamiento y de ordenamiento social.
En nuestro caso, el tener que comenzar a sospechar y demandar la situación del saber y los influjos del poder a la hora de fomentar en los hombres su capacidad de entendimiento es consecuencia de la desmaterialización. El poder sobre conocimiento, el poder sobre sexualidad, el poder sobre la tierra y sobre las instituciones, nos han acechado especialmente a los pueblos de economías primarias productoras de materias básicas y se han construido modelos estatales que excluyen a gran parte de la población. Esto se debe, a que las formas de control de la producción del saber son una problemática actual y gravísima, que debe ser atendida con urgencia. Desobediencia epistémica e interculturalidad, como plantea Mignolo, Quijano y Dussel, son propuestas frescas que han ido, con esfuerzo lúcido, sabiendo abrir un horizonte de comprensión que permite la decolonialidad del saber y la articulación mutua de los saberes de distintas naciones o pueblos primigenios de América (indígenas, afrodescendientes, nativos hispanos, árabes, asiáticos y europeos).
El oficio del filósofo está íntimamente ligado con una responsabilidad por la verdad, no sólo la que corresponde al concepto de euro-occidente, sino a las demás culturas que habitan nuestro de territorio, puesto que independiente de las cosmogonías y situaciones frente al mundo, la certeza material de que co-habitamos un espacio común nos obliga a pensar y replantear los modelos políticos heredados de la modernidad europea que excluye otras formas humanas de relación con el espacio. Diversificar las instituciones, expandir las ambiciones de los proyectos educativos, aclimatar las diferentes tendencias religiosas, es un paso necesario, dicho en términos de Marx, para la evolución material de la historia.
Ontología etérea
La noción de “cultura etérea” es un reconocimiento actual de los nuevos acontecimientos y dimensiones de nuestra época, evolución de la historia en su devenir ontológico y social: la virtualidad, la cibernética, el hombre-cyborg, los saberes simultáneos, el pensamiento complejo y artificial, la comunicación en tiempo real. Todo esto pertenece al estado etérico de la realidad a la que el hombre asiste en el presente.
Éter, aplicado al formato histórico actual se podría definir como forma sagrada -en esta medida, una percepción espiritual- de entender el conocimiento como un proceso de fecundación dinámica y la mutación de la conciencia. Espacio-tiempo sonoro, visual y narrativo, donde no se fecunda en relaciones de jerarquía -que obedecen más a tensiones del poder-, sino que se consolidan cuerpos fugaces y ficcionales, que destellan sentidos, relatos e información proyectada a través de cuerpos físicos de la técnica computacional y los lenguajes humanos. Esto lleva abrir los horizontes de posibilidad entre los medios digitales y la tradición humana para ampliar una revisión antropológica del hombre y las relaciones intersubjetivas, las interconexiones ideales, las formas del movimiento intelectivo y las modalidades en que se manifiesta la percepción y la sensación.
La generación millennial fue la población nacida que asistió al cambio de milenio y presenció el inicio de las revoluciones de la comunicación y emancipación identitaria de los individuos en todas partes del mundo, esto no sólo fue un giro de una nueva época de la revolución del trabajo humano, sino también una evolución ontológica del hombre: las nuevas dinámicas de relación humana surgieron deslocalizadas. Esto implicó que las barreras físicas comenzaron a desmaterializarse. Hoy día es más que evidente, es incluso señalable con el dedo. Existe ahora una forma sistemática y deslocalizada de compartir el conocimiento, no como sistema entendido tradicionalmente en la historia de las ideas, sino como plataforma dinámica articulada de nuevas formas y extensiones del lenguaje, en tanto hay un redireccionamiento tanto de los influjos naturales como de las invenciones humanas.