Pieles y Papeles

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La mirada tan intensa, de inmediato penetrante, de quien me mira fijo,

por un breve instante,

previendo la ausencia de dolor en uno, una falta de sangre a la vista,

de costra o cicatriz, sin afectación más que la ansiedad del afán;

esa mirada, decía, de quien parece recaer seguidamente sobre sí mismo,

arrebatado por el cuerpo que lo fija, por las heridas que profundiza,

que se le expanden por el cuerpo, que parece le diera sentido a su viaje,

a su nomadismo descalzo.

¡Qué aprendizaje tan definido en la transgresión de los tejidos!

Hay quienes ostentan lo vivible como un simple ejercicio de la voluntad.

Casi siempre los días como hoy, mientras ando la calle,

un personaje con las heridas expuestas y que con las manos, con los dedos,

escarba, pellizca, arranca pedazos de la piel herida,

y en torno a ella y la hace crecer y sangrar y camina con la mirada fija,

en la calle, y me mira, ante mis ojos que le auscultan por un segundo el dolor.

Me pregunto si entra al sueño y sigue herido; o si acaso entra al sueño.

¿Qué discurso arderá entre esa piel y esos órganos y esta vida

qué tanta resistencia le otorga?

Lo imagino en caminatas eternas, y el arduo luego y siempre del ardor,

y la costra seca, las heridas abiertas, ese abismo visible de sí mismo,

¿Qué le hizo comenzar esa manía con tal seriedad?

Rápidamente,

en los dedos le veo sangre y distingo también algo de piel,

que tal vez no la desprecia pero que es como sí disfrutara

desmenuzar a propósito, sus varias capas.

De los textos que encuentro de camino, mientras ando la calle,

éste es de los que me dice y me interpela desde lejos,

esa piel pasa gritando y me urge la contemplación soslayada,

esa mí manía de buscarme en los gestos de la gente, en su sino,

y el seguimiento de personajes que en su lectura, como la de éste,

me hacen tener la intuición constante de haber sido ya leído por ellos.

Odigóℂódigo

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