IV
Oí a Dios
posándose sobre ti.
También oí a Dios silbando
yéndose de aquí sin rumbo.
Oí cuando gritaste
creyéndote diosa
y cuando lloraste
por darte cuenta
que no eras nadie.
Pero aún no oigo
el espacio de silencio
que requiere tu alma
para aceptar la vida.
Persiste un ruido insoportable
que merma lo vivo
y hoy me impide oírte,
querida Metellinum.
V
Tal vez nadie sea
a fin de cuentas
tu hijo
y no tengas tú
vientre alguno
y entonces solo haya
turistas y adioses
a tantos tuyos
que ya no los son.
Ser de Metellinum
es ser fantasma
sin museos que visitar
entre desiertos de gentes
aceleradas
que no se dan cuenta
de su orfandad.
VI
«Me sentí frío apenas los vi»
— «¿A quienes?»
«A los tombos.»