La lluvia es una extraña amiga de la carretera. La sensación de las montañas en la ventana borrosa, la música tenue en el auto y los oídos ansiosos por arribar a una pequeña terraza sembrada en un intersticio entre la ciudad y el campo. ¿Nuestra misión? Escuchar dos actos en vivo que desde hace tiempo atraen los oídos de oasis, pero no habíamos tenido la oportunidad de presenciar ante nuestro filtro, si es que se le puede llamar presencia a ese estado extraño de suspensión en la sonoridad que tanto Negra como Gladkazuka, conjugan en tiempo real. La idea del live set como necesariamente superior al DJ set, es un mito, porque hay live sets pobres, planos o facilistas, como hay DJ sets creativos, amplios, complejos. Ambos son, en rigor, ‘actos en vivo’, por ende erigir una frontera entre ambos no será de nuestro interés hoy. Más bien entender las particularidades que pueden permitir a cada uno, descubriendo que, sin nos detenemos en las diversas variables compartidas entre el set del DJ y el live –como la improvisación, la escucha, la consciencia del ritmo y la curva, las capas de frecuencias, la emoción, la atmósfera–, encontramos particularidades en cada labor, que se reducen en muchos casos al mérito sónico de producir, en el caso del live set; y la disciplina y habilidad de escucha que implica la labor del DJ.
El hecho de implicar una producción propia que rinda para algunas horas de música es sin duda un reto diferente a seleccionar canciones de otros para la misma cuestión. Aunque según el caso y con lo ya dicho, se entiende que una no le quita mérito a la otra, hemos de saber que hay algo especial en el hecho de escuchar un live set, quizás precisamente porque aquello que es oído, es creación de quien lo interpreta, o probablemente lo esté improvisando o ejecutando en el momento. La estructura de un acto en vivo, al tener los instrumentos y elementos de la canción desglosados, fragmentados, extrapolados, permite nuevas estrategias reconfigurarlos de formas que no siempre se tienen propiamente destiladas en las unidades del DJ. Por ello el live permite construir canciones efímeras mediante combinaciones de unos elementos con otros, pensar en loops e instrumentos en vez de canciones y sus formas, etc. Es un panorama donde es evidente que la música electrónica se programa, y a fin de cuentas lo que se juega ante quien esta ad portas de un público sediento de baile, es esa programación, ese algoritmo, ese proceso de encuentro y conexión.
En la ciudad serán contados los live sets que se han mantenido a lo largo de los años, pero sin duda hay unos que nadie puede permitirse desconocer: como el de Negra o el de Gladkazuka. En el primero, también se presenta un elemento interesante hacía falta también en el panorama local, esto es, colaboración profunda entre el live sonoro y el visual, como es el caso de Elastik (video artista), quien junto a Mauricio Suaza (científico sónico) logran que Negra aparezca como un encuentro audiovisual único. Su sonido particularmente es traído de un futuro tan lejano que basta escucharlo unos minutos para saber que son pocos o nulos aquellos que, habiendo auscultado tan profundo la señal de otros tiempos, logran volver para contarlo, como lo hacen este par en su contundente explosión de sintetizadores, cortes, melodías, geometría en movimiento, abstracciones de color y figuras híbridas de techno, breakbeat, electro y constante experimentación en tiempo real. Entra y salen filtros y figuras sónicas de lo más artificiales, combinadas con ritmos únicamente entendibles por ingenieros de su categoría. La producción es asombrosa: música ciborg en su expresión más cruda y fundamental, reflejando una herencia de figuras contemporáneas de la electrónica pero dejándolas tan lejos que sería mucho llamarlas influencias. Negra es un sonido absurdamente fresco, un live set que parece durar un minuto, de lo hipnótico, exótico y dinámico que es. Afortunado el día que tengamos un trabajo discográfico de este duo extraterrestre.
Tras el aluvión de Negra, un sustancioso DJ set de D’Santy que no permitió que cayera el ambiente y finalmente le abrió la pista a Gladkazuka, quien llevó la atmósfera a galaxias que bien conoce y logra combinar para explorar interesantes historias. Su live es un impecable enjambre de máquinas, logrado entre bichos analógicos, matemáticas arquitecturas MIDI, exóticos arpegios y ritmos ante los que realmente cuesta quedarse quieto. La música de Gladkazuka, aunque cambia con los años, conserva un aire de varias influencias y motivos pretéritos, lo cual le permite jugar con siluetas conocidas a la vez que logra desvanecerse en sus más virtuosos experimentos en tiempo real, conjugando la fuerza de varios artefactos hipersónicos donde se confunden el disco, el electro, el techno, las décadas, los formatos y sí, también las personas que hipnotizadas se dejan habitar por la sonoridad. Gladkazuka desarrolla un juego único con el sonido, suficiente como para hacer que la terraza donde se ejecuta el rito perdiese el suelo, quedando la resonancia como único soporte. El baile entonces era una forma de desprenderse del suelo, aprovechando que la música no parecía querer retornar a la gravedad.