Pasos (I)

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Si levitar fuese simplemente suspender la materia en el aire, no sería una tarea del espíritu y se limitaría al cálculo del robot volador. Levitar es una actividad que trasciende los confines de la materia, por ende del aire y el vuelo. Levitar es, en síntesis, asumir la levedad, aceptarse en levedad, asirse inmaterial. Aquel que levita no es quien olvida la gravedad, sino quien conoce el ímpetu de la ingravidez. Quien levita es un ser vertical, consciente de la mutación del mundo. Levita quien, sin faltar respeto al centro que atrae físicamente los entes, se sabe en los estratos intangibles de la resonancia, en la vastedad del éter, sostenido de poco más que ecos.

Levitar es atreverse a ser masa de escucha, considerar la oscuridad, asumir lo volátil, disponerse a la intangibilidad de los días, auscultar el miedo a perder el suelo, percatarse de la insustancialidad de todo esquema, explorar lo invisible, aceptar los fantasmas sin creerlos vivos, ser consciente de la rareza implícita de los seres, olvidar el peso de las formas, considerar la elevación de los minutos, buscar algo diferente al sujeto para basar la experiencia de existir, y algo diferente al mundo para definir el cerco de lo posible.

Levitar es cercano a desmaterializarse, hacerse un algo que no distinga entre lo concreto y lo abstracto porque, contrario a concretarse de alguna forma, más bien quien levita se resiste a la idea de la correspondencia y opta por hacerse metáfora. Levitar es proceder como oyente entre máscaras silenciosas, es adentrarse en el ruido como quien reconoce el silencio donde habita toda textura sónica. Levitar se parece a escuchar, pero no son lo mismo: el primero es el acto de suspenderse de la materialidad, el segundo es el arte de vivir en ella. El levitador se suspende y despega; el oyente habita y navega.

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Levitar es introducirse en una dimensión inter-objetiva del tiempo, donde un ‘yo’ es constante trama y no personaje, porque cualquier personaje siempre será otra ruta inmaterial, otro levitador, el audiovisor, nómade digital, transeunte de la matriz, aquel que reconoce el cuerpo cibernético, fuera de las dicotomías de la materia, sin género, sin lugar, sin destino y sin génesis. Aquel que levita aprende a subsitir como dato en la red, logra conocer lo que sucede con el cuerpo una vez se eterealiza, siendo consciente de su actividad no solo en los confines de lo sólido y la sangre, sino también en los fugaces hábitats de los mundos sin cosas con masa. Allí, aunque probablemente extendamos de forma innecesaria la ilusión del mundo, no solo eso haremos: también abrimos el espacio de la ciborg en su desprendimiento de formatos, figuras, categorías, lenguajes y esquemas de realidad que resultan claramente obsoletos a la hora de hacer mundo.

Levitar es entonces propio de toda cosa del cosmos, una tarea implícita en el ser, ese ser que así como se muestra, se concreta y se adhiere a la materialidad, así mismo se difumina, se ausenta, se conserva vicario, siniestro y misterioso. Tal vez por eso es que esta vida, que es de manzanas que se caen al suelo, resulta ser igualmente de unicornios y Quijotes que, aun sin suelo, alguna fuerza los atrae a seguir en la ruta del mundo e influir en él. Levitar en este respecto no tiene que ver con apartarse de las cosas, como suele creerse; es más bien asumirse en el intersticio de esa atmósfera infraleve donde se revela la ecuanimidad entre todos los objetos. La levedad es en este sentido una tendencia siempre actual del mundo  que logra revelarse a su vez como la perspectiva más apropiada para entender por qué hoy tratamos del drama –y no del estado– actual de las cosas. Es drama porque se basa en actores dentro de un teatro, entes enmascarados que siempre mutan y así como están, desaparecer. Y no es un estado porque no habla de una situación determinada en la línea de tiempo y negándose a sostener el statu quo, prefiere habitar su disolución por medio de un recorrido por las fecundas rutas de la indeterminación.

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Levita quien se permite seguir esa resonancia extraña pero legítima que tiene cada cosa en el extraño contacto que tiene con otra, haciendo de la levitación el paso inevitable de aquel cuya acción en el mundo requiere adaptarse a situaciones sin suelo o freno, como las que abundan por estos días en la función matutina de la vida. Para las comunidades ciborg del tiempo, la levitación es el arte de sumergirse en el ruido informático, donde todos aparecemos entrelazados con perfiles y ecos, pintados como seres efímeros, replegados telemáticamente, multiplicados en el no-lugar de la hiperrealidad virtual, jugando a ser a veces actores, a veces sueños de esos actores, pero finalmente involucrados en el teatro por una vía u otra. Seres finalmente vivos en tanto interpelados por esa dinámica ilusoria, aparente, siniestra, intermitente, indefinida, ambigua, paradógica, absurda, rara, pero real, que tienen todas las cosas.

Kuntur

Mineral superfluo. Vuela observando.