«Todo hombre es libre de ir o de no ir a
ese terrible promontorio del pensamiento
desde el cual se divisan las tinieblas. Si
no va, se queda en la vida ordinaria, en la
con ciencia ordinaria, en la virtud ordinaria,
en la fe ordinaria o en la duda ordinaria;
y está bien. Para el reposo interior,
es evidentemente lo mejor. Si va a esa
cima queda apresado. Las profundas olas del
prodigio se le han mostrado.
Nadie ve impunemente ese océano.
Desde ese momento será el pensador dilatado,
agrandado, pero flotante; es decir el soñador.
Un extremo de su espíritu lindará con el poeta
y el otro con el profeta. Cierta cantidad de él
pertenece ahora a las sombras. Lo
ilimitado entra en su vida; en su conciencia…
Se convierte en un ser extraordinario
para los otros hombres, pues tiene una medida
distinta que la de ellos. Tiene deberes que ellos
no conocen.»
Victor Hugo, Shakespeare
La revolución conceptual y la mutación de las perspectivas : Las realidades nos transforman
Cuando nos referimos a la noción conceptual de alguna realidad o cosa, solemos dar por entendido una definición general y completa; sin embargo, es parcial, errónea y variable, puesto que usamos recursos vitales y experiencias íntimas para darle un sentido desde nuestro espacio de existencia lógica y natural, con la que el humano se ayuda y teje las interpretaciones y tonalidades de su pensamiento.
Las realidades que lo abarcan, lo misterioso he intocable, él mismo, sus patrones comportamentales, su condición psíquica, su devenir histórico y la narrativa de su existencia. Este hombre, el que se somete al influjo acontecimental del estado de la realidad, que accede entre relaciones experienciales con el mundo a través de lenguajes que generan dinámicas de interacción—lógicas científicas, sonoras, artísticas, poéticas, místicas, sociales, etc.—, es el autor que hereda y transforma cada concepto existente para entender su entorno, escuchar, y luego decir: es un portador de sentido y mundo.
Cada pensamiento y cada pregunta, cada experiencia que en nosotros encuentra una fuga, son movimientos vitales y mentales encargados de reflexionar y alterar —transformar(se) en lo Otro—: tanto la vida junto a sus prácticas cotidianas, como a la realidad en la cual estamos inmersos. Los momentos que moldean nuestro espacio consciente e intangible están enlazados a los encuentros entre circunstancias materiales. Son aquellos momentos en que interactúan mutuamente, es cuando intimamos con el mundo y su torrente de imágenes: en las ramificaciones que nacen para lograr encajar los diferentes aspectos de este mismo. Por esa misma razón los conceptos, es decir, los artificios de nuestro lenguaje, no pueden ser culminados en su totalidad, ya que implicaría la inexistencia y muerte absoluta, de la capacidad para razonar, del don de imaginar, del misterio al asombrarse, del flujo de la vida y sus fugaces trazos.
«Frente al ventanal nos pusimos a jugar a decirnos la verdad que más engaña saber.»
Suele definirse la palabra «concepto» como aquello que interviene una idea que concibe o forma entendimiento. Esto implica que, la forma de interpretar de los hombres, es el origen de la abstracción, nace desde los símbolos que son retenidos en nuestra mente por la historia de nuestros ancestros y su herencia presente, nuestra Historia, fundada entre mitos, tiempos y verbos.
Quizá por simple naturaleza nuestra para la exploración de diferentes espacios de la cósmica conciencia y para custodiar las dimensiones que nos abre el universo en la imaginación, es que somos propensos al lenguaje y a la artesanía de bellas artes, y entre ellas, la Palabra. Por su carácter cosmonauta, el concepto siempre nos ha llevado a la curiosidad, a formularnos universos de vastas preguntas. En ocasiones descubrimos su naturaleza ficcional; en otras, nos descubrimos en nuestro más íntimo recinto, llenos de claridad: somos seres que preguntan por naturaleza, somos conscientes de que la realidad es inacabable, ya que ésta es abierta y múltiple, y buscamos cada vez más en nuestra mente, hija de su época —de la cultura cyborg y etérea.
Continuamos almacenando nueva información, bucles y ecos de las épocas; habitamos y dominamos nuevas regiones del tiempo y nuestro espíritu se perfuma de sonido: ¡nacen más conceptos —nacen ficciones y objetos— sin definir todavía, porque es latencia, el por-decir, el que da vida, da sentido al concepto! Cada concepto permite entender la realidad, pero esta misma no es una sola: es volátil y cósmica. Lo único permanente es el Movimiento, por eso hablar, imaginar, crear, es cuestión de fluir entre momentos.
«La creatividad parece provenir de la imperfección.
Parece provenir desde la lucha y la frustración,
y es aquí donde pienso que surge el lenguaje…
Pero cuando verdaderamente se pone interesante, pienso,
es cuando utilizamos el mismo sistema de símbolos para comunicarnos…
Todas las cosas abstractas e intangibles que experimentamos.
¿Qué es, por ejemplo, la frustración? ¿Qué es la ira o el amor?»
Para crear un concepto se debe partir desde lo más fundamental, es decir, un principio, que según la DRAE significa base, origen, razón fundamental sobre la cual se procede discurriendo en cualquier materia y cada una de las primeras proposiciones o verdades fundamentales por donde se empiezan a estudiar las ciencias o las artes. Todo esto claro está, porque tenemos la capacidad de percibir e interpretar nuestras experiencias a través de nuestro tejido verbal e imaginario para dar testimonio de la realidad.
Pero el percibir de cada persona puede variar —¡y esa misma variación de interpretaciones, emociones y momentos hacen que la creatividad se alimente! ¿Por qué decimos que la realidad es inacabable, inagotable, indeterminable? ¿No es acaso que, en vez de pensar en últimos términos infinitos y totales, preferimos que nuestra vida entera juegue, que nuestras palabras se mezclen entre ilusiones y realidades?
El lenguaje avanza en analogías al universo, crece con los seres vivos, florece en la tierra de abiertos campos fértiles, pasea por el firmamento y se duerme dentro del tiempo.
¿Están muertas las palabras?¿Está muerta, acaso, la realidad? Detengámonos un momento. Muerte, más allá de un estado físico que transforma el comportamiento de los seres vivos, pertenece a un extenso patrimonio de abstracciones y símbolos que heredamos de nuestros ancestros: somos seres que estamos latiendo entre la mutación del olvido y el recuerdo , somos tan obsoletos como nuevos, a lo que fue de nuestra existencia y ya no puede seguir siendo, lo reemplaza en ese particular momento, en nuestro ahora, y nuestro ahora es aquel que justifica nuestra existencia, es nuestra Obra, es el lienzo, la probeta, la cuerda, el poema, el instrumento, la escultura, y en fin, todo aquello que nos congrega en la Cultura.
Sin embargo, la realidad no es la misma que vivimos los hombres contemporáneos, no es la misma que aquella que estuvo al principio de los primeros pueblos de hombres, y aún así, su fantasma nos acompaña. No cabe duda, vivimos entre recuerdos de fugaces y lejanas noches, todos los días nuestros sueños nos lo recuerdan, pero como el hombre erguido no tiene necesidad a usar taparrabos, la realidad de antes no se volverá sobre nosotros sin posibilidad de desmantelar nuevos horizontes, de manifestar los rostros ocultos de las invenciones y de los dioses, y aunque seguirá lloviendo y el hombre seguirá enfermando, no será el mismo, aquel que desde siempre ha pensando igual.
El hombre, sus ideas, sus acciones, sus comportamientos, sus ritos, sus inventos y sus interpretaciones, se han ido renovando en el misterio de lo incierto en tanto una realidad se volvía obsoleta, monolítica y baldía —y es que muy adentro florecen volutas de libertad en nosotros, nos seducen palabras y abismos, vértigos que nos llevan a las riberas de la duda, a las orillas del verbo que naturaliza en palabras lo que antes se desconocía: en cada pregunta que hace el hombre en su búsqueda por el universo, nace una realidad ante nuestros ojos; pero ellas avanzan y no se dan a la espera, y nosotros vamos detrás de ellas.
«… Así que nuestro cerebro es tremendamente plástico,
y ha sido moldeado tanto estructuralmente como funcionalmente por todo lo que hacemos,
pero también por todo lo que no hacemos.»
La realidad eclosiona, se revoluciona, y entonces es el hombre un artesano de espejos que abren ventanas al universo. Las épocas y los tiempos muestran como el hombre está destinado a dar cuenta del mundo en la expresión de su creatividad, a llevarse al límite para poder encontrar nuevas respuestas y elevarse sobre la inconmensurable perplejidad.
Estamos aquí, en nuestro ahora, siempre dejando algún trazo, algún rastro de lo que fluye en nuestro corazón, nos entregamos a la vida con el don de nuestra existencia y navegando lo incierto, tocamos tierras y mundos donde la interpretación y razón son movimientos libres de la imaginación. En ese devenir a través del tiempo hemos sembrado semillas del universo en nuestro planeta, de secuelas revolucionarias, de guerras entre naciones, de artes y religiones, de pactos y hermandades, de angustias y felicidades.
Nuestra revolución es tan constante como el fuego incesante; no se permite ser pasiva o inútil, y emana sutilmente entre nuestros poros: es la historia humana de la que damos cuenta. Nuestros pensamientos son patrimonios de los grandes esfuerzos de antiguos, para explicar lo que en su momento los embriagaba de avidez cogitante…
Estos son, verdaderamente, los pensamientos
de todos los hombres en todas las épocas y en
todas las tierras; no son originales conmigo;
Si no son vuestros tanto como míos, no son nada o son casi nada;
Si no son el acertijo y la resolución del acertijo al mismo tiempo, no son nada;
Si no son tan inmediatos como distantes, no son nada.
Esto es la hierba que crece donde hay agua y tierra;
Esto el aire común bañando a nuestro globo.
Walt Whitman
Hay actos y palabras sin haber sido dichas, realidades sin haber sido experimentadas. Menester nuestro es encontrarlas, retratarlas con nuestra vida. Todo se circunscribe en un desorden ilimitado, una destrucción que tiende a la expansión pero no a la involución, y que de hecho, busca un cambio irreversible, una mutación natural.
En la naturaleza misma existen mecanismos para la reelaboración ecosistémica, para arrastrar al cambio permanente de nuestras circunstancias y conductas como especies. El esfuerzo más irrevocable de nuestras culturas, ha sido evitar su desaparición a través del tiempo, ha sido continuar el legado de la Memoria, continuar la cadena de herencias, y cada uno de nosotros, como individuos particulares, somos a la manera de Borges: «fugas de tiempo» arrasadas por la entropía*, por un sistema* cósmico que pulsa y apunta al caos y al desorden, a disgregar la Energía (vejez, muerte, putrefacción, descomposición, desgaste, tránsito, etc.)
A la realidad muerta de nuestro universo solo se le puede oponer con la vida. Y nosotros, seres vivos, nosotros nos hacemos vida a través de la creatividad. Eso nos diferencia sobre el resto de las cosas: luchamos por no desaparecer, nos alimentamos y recuperamos energía para nuestros cuerpos, esculpimos en el tiempo, nos preguntamos y escuchamos lo que el éter a nuestro alrededor nos susurra. El asombro, la capacidad de maravillarse y de imaginar nos llevan a conocer nuestras nuevas ideas, a reconocer el cambio psíquico y la transformación mental, a la revolución dentro del corazón.
Recorrer el mundo, surfear en la web, navegar el éter, flotar en la atmósfera, nadar en el mar y cruzar las metrópolis. Somos aprendices de la interpretación y la palabra.
«A veces hay que perseverar en el error para darse cuenta cuál es la magnitud del pensamiento que uno tiene; el error, trae muchas veces ventura: en la equivocación está la rectificación de la corrección. Si no nos equivocamos, cómo vamos a corregir. Así que los que no confíen en sí mismos, empiecen a universalizarse. El error no existe, sólo la perspectiva da la calidad de lo que ocurre.»
Escuchemos nuestro ser por un momento: nos arrastra a nuevos razonamientos, a nuevas formas de crear, de imaginar, de usar nuestros sentidos para enfrentar la realidad en sus diversas manifestaciones, a esculpir retratos que desaparecen en el flujo continuo de lo inagotable, porque nacen del silencio de nuestro asombro.
Entre nuestros periplos y movimiento, estamos entretejiendo realidades, y encontramos vagos o futuros recuerdos, intimamos con nuestros sueños, prolongamos interpretaciones de pensamientos, hace siglos dichos y hechos, y aún así, en el devenir de los acontecimientos, la revolución de los conceptos nos pertenece como llama viva que arde, como expresión de oblicua que crispa visceral, como expresión divina, asidero de la pasión y la razón que dan la carne a los gigantes* que levitan los cielos.
Entender el concepto como la posibilidad de hacer Arte en las Palabras, alberga en sí misma una necesidad creciente y perdurable de manifestar dimensiones vitales, realidades y misterios que se guardan en su verdad. En las expresiones y ficciones del lenguaje pueden develarse lo más puro y oscuro del hombre, y es que consiste en hacerse manifiesto en la carne delos hombres y retratar su más claro, sea perverso o sacro, universo.
Referencias:
Entropía*: Rudolf Julius Emmanuel (1865) Da una versión matemática de lo que llama por entropía. Es la trasformación de un contenido de manera irreversible, explicando el grado de desorden que existe en la naturaleza. La función de la entropía en el universo, la naturaleza, el arte, la religión y el lenguaje han perdurado a través de las civilizaciones por diferentes representaciones simbólicas.
Sistema*: Un sistema es cualquier colección de materia que se quiera estudiar, un sistema puede ser un átomo, una célula, un organismo, una flor, un televisor, una sociedad, una galaxia: cualquier pedazo de materia (onírica o física) que elijamos es un sistema.
Gigantes*: Bernado de Chatres (s.xII) Su discípulo Juan de Salisbury escribió: “Decía Bernardo de Chartres que somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos, no porque la agudeza de nuestra vista ni por la altura de nuestro cuerpo, sino porque somos levantados por su gran altura.”