La Paz Sangrienta en Colombia

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En definitiva, uno de los documentales más genuinos hasta la fecha. La paz sangrienta en Colombia logra retratar con la más absoluta contundencia, nuestra condición como Nación, como «República» de Colombia. Se sumerge en  profundas evidencias, antecedentes, retratos vivos y pesquisas informativas, para asegurar un relato coherente, que desnuda la intimidad política y socio-cultural colombiana: una guerra oficializada hace más de medio centenar de años.  Muertos, y esperanza entre los muertos aún frescos. Fantasmas y voces que aún aúllan, otras que sollozan y otras que sueñan. Una historia que a pesar de la peste del insomnio Macondiana, y su consecuente amnesia, se resiste con fuego vivo al olvido. Amplio, generoso, Deutsche Welle Documental, nos hace un entrega fresca de la actualidad de nuestro país, incuestionablemente acertada en tiempos en que se preparan de nuevo dos fuerzas en el país tensadas y al acecho (Petro con su Colombia humana, Y Duque, que «es el que es.» El futuro de las actuales elecciones presidenciales que darán rumbo al «post-acuerdo«, exige de nosotros, como habitantes naturales de esta región del Sur, una revisión seria de nuestro entorno, para comprender las causas de nuestra lenta y voraz guerra, que tantas veces nos ha desangrado las venas.

Sobre el proceso de Paz En Colombia, se reflejan muchas caras como para ser agotadas en el rostro de un solo presidente: rostros, rastros y restos de indígenas, mestizos, campesinos, niños, guerrilleros, pobres, desahuciados, todos hombres y mujeres, pertenecientes a comunidades que anteceden a cualquier clase de partidos, jefes, o dueños. Está en juego un modelo racional, jurídico, institucional, público y estatal, que definirá acciones para afectar el curso de  la maquinaria tradicional de un estado ultra-centralizado por generaciones, que en sus minorías, han tenido la tenebrosa audacidad para viviseccionar al resto de la sociedad, y patrocinar acciones destructivas, y críar guerreros, milicianos, pobreza, que maquilan en sus fábricas como trapo: todo un monolítico y macabro pasado que ha reducido la  comprensión de una comunidad de bienestar, a una comunidad que se destruye entre ella, por acumulaciones insensatas de poder para hombres a nosotros ajenos.

Indiferencia y desconocimiento son lo primero que se asoma en el panorama común dentro de nuestras ciudades. Sobre todo, mucha polarización emocional que en nada conversa con la razón; apatía, desinterés, importaculismo. Sin embargo, el devenir no se da a esperar: los arduos problemas para las nuevas generaciones ya se asoman, impostergables. Inventar, imaginar, soñar , construir una democracia representativa en nuestra inevitable cotidianidad nacional, ¿es posible o es un esfuerzo echado a perder de nostalgias utópicas? ¿Cómo entonces empezar a pensar con profundidad, cómo accionar con decisión, amor y firmeza para habitar-nos? Y ante todo, para empezar, ¿quiénes son aquellos a quienes nosotros transferimos nuestros derechos, y que luego, se hacen al poder y se transfiguran como la representación de nuestra mayor voluntad, como aquello inmediato que más nos representa?

¡Gran teatro de tormentas,  marionetas y máscaras partidas! La periferia no es otra cosa que nombrar simbólicamente a la Sombra de lo que somos, aquello que nos acecha y se oculta. Y lo Otro, lo desconocido que nos gobierna, se funde de día y de noche en nosotros: una guerra con nuestra sombra, con las llanuras en que se van fundiendo las periferias, por la tierra y contra los hijos de ella, con lo rural, contra niños, mujeres, campesinos, indígenas, y el resto de sus generaciones. Por ende, una guerra contra nuestra naturaleza. Quedan expuestos fragmentos en los cuales puede verse una dimensión profunda, real, y contradictoria. Hacen pensar que lo cierto es que el Estado colombiano presenta un imperdonable ausencia a grandes cantidades de sus habitantes rurales, a la verdadera extensión de comunidades a lo largo de su territorio: se queda insuficiente, pero patalea por no parecerlo, así que se lanza a la guerra del poder, y reacciona como un Estado de cacería, de persecuciones y masacres internas, y que sus remotos remanentes comienzan con viejas luchas santanderistas y bolivarianas, en pugnas por una república centralizada o federalista. La agresión política no se ha terminador de sanar, y a pesar del delirio armamentista, las necesidad fundante siguen siendo la misma: la irrevocable ley universal de que la Vida Viva.

Por supuesto, acá entra en contradicción el sistema entero con que nos denominamos «la república colombiana»: si las condiciones que presta un Estado son insuficientes, absurdas, y entre muchas  otras cosas, partícipes de las masacres más descaradas, terminan por liquidar cualquier posibilidad de bienestar para sus habitantes más humildes –aquellos que sostienen la economía básica de toda la comunidad, que son la fuerza prima del trabajo humano sobre todo el territorio–. Acabamos sosteniendo desde las ciudades instituciones y gobernantes que ven como a una plaga molesta a todos nuestros cultivadores, al campo abierto y las riquezas de la tierra… y terminamos por rasgar lentamente los lazos humanos que nos unen en la identidad de una comunidad.

«Hay varios líderes comunitarios que han tenido que ser desplazados y otros han sido asesinados, hay una permanente situación de intimidación y de fuerza en esa(s) región(es) que no les permite a las comunidades soñar con ese proceso de Paz…»
Marino Córdoba.


 


Un anhelo por la Paz, sin embargo, que no es otra cosa que el fin al que aspira cualquier comunidad humana, su teleología vital. Un espacio en donde el espíritu sobrevuele por la expansión de la expresión humana, que se refleje en la inagotable esperanza creadora del porvenir, que nos impulse a dar el salto de amor: abrir nuestro corazón a todos los habitantes de nuestro hogar, a nuestros hermanos en la tierra que habitamos, para tenderles una mano caliente y un abrazo generoso, fértil de oportunidades; por supuesto, no olvidando que todavía el dolor y las llegas están frescas. Hay muchos corazones heridos, condenados a la soledad de su destino. No debemos silenciar su llanto ni olvidar su historia, debemos homenajear su presente en la alegría creadora que asoma una interminable primavera en nuestras miradas… Pero primero, debemos aprender a escuchar, a escuchar con el corazón:

«Un llanto,
un llanto de mujer
interminable,
sosegado,
casi tranquilo.
En la noche, un llanto de mujer me ha despertado.
Primero un ruido de cerradura,
después unos pies que vacilan
y luego, de pronto, el llanto.
Suspiros intermitentes
como caídas de un agua interior,
densa,
imperiosa,
inagotable,
como esclusa que acumula y libera sus aguas
o como hélice secreta
que detiene y reanuda su trabajo
trasegando el blanco tiempo de la noche.
Toda la ciudad se ha ido llenando de este llanto,
hasta los solares donde se amontonan las basuras,
bajo las cúpulas de los hospitales,
sobre las terrazas del verano,
en las discretas celdas de la prostitución,
en los papeles que se deslizan por solitarias avenidas,
con el tibio vaho de ciertas cocinas militares,
en las medallas que reposan en joyeros de teca,
un llanto de mujer que ha llorado largamente
en el cuarto vecino,
por todos los que cavan su tumba en el sueño,
por los que vigilan la mina del tiempo,
por mí que lo escucho
sin conocer otra cosa
que su frágil rodar por la intemperie
persiguiendo las calladas arenas del alba.»

Álvaro Mutis

 

Regresamos al encuentro de unos con los otros, a la fundición de la luz con la sombra, a esa cultura etérea, leve y cálida en que se abrigan, se mezclan y se respiran los sueños de unos con otros. Emprendamos el cultivo de una primavera espiritual, por una revolución de la conciencia, que se encarga de construir estructuras tan creativas y como operativas.

Aquí va mi aporte para todos, siempre con cariño, en estas épocas de coyuntura nacional.

#CulturaEtérea

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Juan Camilo Tamayo

Abstracto, alien, melómano
/ /TheLandOfNowhereSpace/ /