Integrinos: teatro, danza y cosmología

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Las Integrinas

Las integrinas son mecanorreceptores que comunican tensión y compresión entre las células, generando una conexión de movilidad entre todo el compuesto de nuestro organismo. No solamente existe una conexión músculo-esquelética que conforma el sistema anatómico, sino que hay un sistema más sutil y profundo de conexión corporal. Las integrinas conectan a las células en un plano molecular, imperceptible a los sentidos; su función de generar lazos de relación infraleves permite una conexión biológica colectiva, que finalmente, implica que cualquier entorno está relacionado por encima de los actos individuales de cada organismo, ya que existen lazos intercorporales de relación natural.

Esta relación de co-dependencia y mutua interacción con el entorno, permite comprender nuestro organismo como una existencia determinada por información genética colectiva, desarrollada a través del medio y el hábitat, tanto social como natural, de la cual necesita para poder sostenerse con vida.  Esto sugiere un vínculo orgánico, en donde nuestra existencia como individuos, se potencia y se realiza a través de relaciones colectivas.

El funcionamiento de las integrinas, como mecanismo celular locomotor, es decir, como una infralevedad de la conectividad biológica, como hipersensibilidad del movimiento unificado entre cuerpos,  implica la presencia de una correlación afectiva (sintomática, psíquica y biológica) que sirve de imagen referente para explorar, desde el arte,  la idea de que cuando te mueves, todo el universo se mueve.


Fluctuación  Escénica

Esta capacidad biológica sirve de analogía para la interpretación del mundo que propone el arte, desde una visión utópica, que amplifica la capacidad de nuestra conciencia para visualizarnos desde nuevas posibilidades de relación con la realidad del mundo. A través del arte, puede estimularse la sensibilidad suficiente para reconocer y  explorar un cuerpo colectivo consciente, que adquiere la capacidad de transformar el pensamiento individual en virtud y consonancia a las leyes naturales  que componen a la vida y a la cultura humana, que nos transforman en conjunto como especie.

Trabazón Escénico, un grupo conformado por dos coreógrafos colombianos — Juan Carlos Pabon  y Beatríz Vélez— residentes en la ciudad de Medellín, propone la danza, a través de prácticas somáticas, como una posibilidad de expresión inmersiva , donde nuestra capacidad sensorial se ve afectada a través del manejo de movimientos y métodos corporales de alto impacto estético, acompañados de atmósferas sonoras que dilatan la percepción temporal del espacio escénico. Al incorporar  la idea de las integrinas, logran producir sobre el espectador la inefable sensación de adherencia e identidad con la vida colectiva que engendra la obra misma.

La variedad de métodos corporales que pueden llegar a ser empleados a través de la danza, sugieren propuestas de unificar y armonizar la totalidad del organismo humano (sus sistemas, procesos y funciones vitales), haciéndolo más sensible y receptivo al medio que lo rodea.


Integrinos

En el plano humano, el efecto de las integrinas repercute en la construcción de identidad, en la experiencia narrada con la carne, con el cuerpo y la presencia psíquica. En esa confluencia, nace la conciencia narrativa, la experiencia vivificada por el sujeto en su encuentro con el otro, y en esa medida, se identifica  como unidad compartida y co-dependiente del Todo.

Integrinos es una obra que explora cómo las acciones que frecuentemente sacamos de consideración sobre el entorno, están alterando todo el tiempo nuestra relación con el ambiente y la forma en que se relaciona y afecta nuestra existencia, tanto biológica como psíquica. Propone desde la danza una base de movimientos que alteran el entorno energético, afectan la relación y la vivencia con que percibimos el hábitat, y por ende, evidencia una relación orgánica entre nuestra composición genética y nuestra percepción estética del universo.


 La Danza del Universo

Palpita el espacio. Cada cosa parece detenerse en su propio movimiento. Rumores entran, fantasmas, espectros que destilan formas intangibles. Presencias, espectadores, sólo vagos rastros del mundo. Tal vez ecos. Ilusionado, melancólico y sediento de magia,  procuro vaciar mi presente de adjetivos. Palpita el espacio, palpita infraleve. Las luces ahora se han apagado, y entonces, cada forma y objeto que reposa oculto en su oscuridad, es un acuoso vacío, inmaterial y espeso, que comienza a tocarme los bordes de la cara, de la piel. Dentro de mí, sensibles se agudizan mis sentidos, curiosos al tacto deforme, plácidos en la incertidumbre. Mis pensamientos ebullen: de lo que escucho, algunos son míos, otros son antiguos ritos y voces, de épocas lejanas, de ancestros humanos.

El sonido inunda el escenario. Se amasa una gran voz, engendrada por cada uno de sus ecos. Un océano de sonido, una constante remoción de cada momento en el presente.

Rojiza, la luz comienza a pulsar. Una fuerza femenina encarnada, impecable, envuelta en tela de fuego y cobre rojo, fertiliza de atracción, de deseo y volumen al recinto. Desliza sus pies sobre la madera y acaricia el vacío con sus manos. Entre amarillos y rojos, nos recubre el vientre del tiempo, de la tierra y del fuego. Transcurren épocas, trascurren instantes.

Abre sus brazos y me eleva, me acaricia, me seduce, atraviesa mis cegueras barreras y entonces, toca el centro:  resucita al mito que hierve dentro de mi,  el eterno Fuego, con el que Prometeo recubrió la fragilidad humana.

Se escucha una voz vegetal, enraizada entre nuestros cuerpos. El espacio ha sido habitado por múltiples presentes paralelos. Penetra entre las fisuras del tiempo, Wolfg Gang Amadeus Mozart. Cuerdas y pianos. Es Viena, 1785, teatros y fama, y burguesía occidental. También es Medellín, 2017, un teatro popular. Bate su cuerpo en armonía a las melodías de La Fantasía N.º 4 en do menor. Está vivo, afectándonos con su presencia a cada uno de los espectadores. Tiene un mensaje, ha viajado a través del universo, dentro del misterio del silencio y la música de los muertos. Navegando el espacio, impregna su presencia sobre nuestros cuerpos. Los sentidos se dilatan. Mozart, médium del cósmico sonido, va saltando brechas, épocas, dimensiones del tiempo.

Levito entre las formas que ha tejido en el aire. Trato de sostenerme en el vértigo de la inmensa sutileza, de cada minúsculo tejido de realidad. Mi cuerpo intuye con el tacto, y entonces, entiende el lenguaje por el cual  pertenece al universo. . . Ahora, estoy en una dimensión dilatada e intima del tiempo: sin nombres ni secuencias de momentos, suspendido en un inagotable e inasible presente, levitando entre sombras y luces, dimensiones, líneas, espejos, figuras y voces, pero disuelto, sensible al vacío, al cósmico movimiento, a la sempiterna fluctuación de la Vida.

Queda disimular alguna noción de realidad, pero las palabras ahora han muerto, se desfigura el sentido de los conceptos: son tan sólo otro cuerpo oblicuo de movimientos.  Siento en la intimidad estar ante una presencia sobrenatural, un humano ancestral, y al verlo a su vez dentro de mi, procuro respirar en equilibrio, resguardarme en la cordura.

El éxtasis asciende, habita el espacio, desgarra las riberas del tiempo. Espectador sensitivo, participo de la mutación carnal de la energía, un canal de fuerzas míticas. Luego, petrificado ante el silencio ubicuo, la nada absoluta…

(cuando te mueves, todo el universo se mueve…)

(cuando te mueves, todo el universo se mueve…)

(cuando te mueves, todo el universo se mueve…)

Estoy frente a frente, aquel hombre danza ingrávido, desciende y asciende, es espejo, es médium, embajador de los poetas del cuerpo. Su lenguaje me produce una profunda e íntima  sensación de recuerdo, un patrimonio que perdura ondulante a través del tiempo, que palpita desde adentro…

Palpita el espacio. Siento  lo profundo de mi perplejidad:  el misterio del tacto que viaja a través del vacío, me estremece por completo. Una atmósfera espesa revela la carne  de las pasiones. Desnuda, en la danza, las polaridades de la energía humana, se funden en un solo cuerpo.

Consciente de la dilatación de mi cuerpo, me invaden sutiles fuerzas en cada trazo de movimientos, cada batido o aleteo, cada pedazo de universo. El silencio, la oscuridad de la materia: ahora todo el escenario se ha disuelto. Una sombra, un mensajero, un vacío oscuro y lumínico se propaga, vago rumor de espectros.

Palpita el espacio. Cada línea que me circunscribe, entre los nombres, las representaciones, las percepciones de objetos y emociones, es un diluida certeza. Cualquier verdad de que permanezca mi yo-individual,  se dilata entre las puertas de mis sentidos. Ahora pertenezco a la estructura palpitante del universo…

Cada paso sobre el escenario toca mi piel, la luz dilata la pupila de todos los espectadores, la respiración es de todos dentro de todos,  la recamara está viva de todas las presencias. La temperatura, los vestidos, los rostros,  los pensamientos, las sensaciones, los misterios, la sensación sutil de lo eterno…

Un latido, luego, el Vacío. Navego el Universo, a veces seguro, a veces incierto.

Juan Camilo Tamayo

Abstracto, alien, melómano
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