Moverse, por el simple hecho de vibrar, porque «el amor es la respuesta», como dicen las camisetas que en la futura Medellín sónica, uniformarán a MOVE, este colectivo subterráneo que hará de la escucha una pregunta por el espacio y la apropiación de la materia desde la sonoridad en movimiento. Eso: moverse, aún en esa quietud aparente de las cosas sólidas, aún cuando ni la fantasía de ser libres nos parece a ratos mantener con suficiente firmeza para cualquier danza. Moverse no implica nada más que estar aquí, en este mundo de cosas que, aunque estáticas en esencia, se presentan en el teatro de lo real como figuras siempre móviles, siempre mutantes, siempre diferentes, siempre raras. Por eso moverse, para no quedarse en la rareza de ser algo, para no pretenderse fijo en pese a la volatilidad de la sensación, para no huirle a la propia claridad, que es solo posible una vez se comprende que ese movimiento no rompe la quietud y más bien le abre campo, abona su terreno y esparce rutas de reflexión en su lentitud. La música electrónica no tiene, en rigor, tiempo y por ende aún cuando los cuerpos se aquietan en el rave, siguen bailando en una escucha sin átomos. Pero por esa misma razón, aún en el baile más desaforado dentro de la pista, puede hallarse un espacio de quietud absurdo, un silencio pleno y tranquilo, que no rechaza el ruido y más bien baila con él. Porque en ese momento, quien baila es discípulo de la resonancia, un fugitivo de la materia dispuesto a someter la solidez a los encantos de la sonoridad. Allí bailar es buscarse en movimiento, conocer profundamente la propia motricidad, dejando que el sonido dirija la materialidad y altere la dinámica de lo que sucede en la máquina del mundo: hace parecer que todo se mueve más de lo normal.
Y al parecer es en esa implicación de lo sonoro sobre el movimiento de la materia, donde nace MOVE, un impulso sin rey, una bola de nieve, un espacio sin lugar, una guerrilla sin fusil, un cálculo estético, una dimensión elevada pero por dentro la tierra; una visión colectiva, una ruta sin tiempo en la Medellín futura. Aunque habitarán Mansion como ninguno en los tiempos venideros, serán responsables de agrietar el territorio y plasmar en esta comarca industrial, configurada hoy entre tácticas cibernéticas, arsenal electrónico y materia sónica. MOVE es una suerte de secta guerrillera, entendiendo secta como mística y pasión, y guerrilla como militancia y movimiento. Mística sectaria porque se basan en el culto a un ente sobrenatural como la música. Militancia porque se resisten al tiempo que por años nos han vendido, y a ese futuro progresista que no parece a ratos tener grietas. Además serán un llamado a reunirse en torno al movimiento que manifiesta la música nueva, diferente, nunca antes presenciada. Traer lo desconocido y curar la sorpresa será su especialidad. Sus eventos serán en muchos casos las antípodas de la Medellín futura, visionaria, que revelará un profundo interés por la alquimia sónica, como ese que presenciamos hoy: la liturgia de Silent Servant, un sacerdote pagano que en su condición de conductor sónico aparece como un epicéntro de electricidad de otro sistema en el éter. Su impecable y arrolladora máquina sónica en un lugar abandonado que solía ser un estudio de grabación, en medio de una zona industrial en Guayabal.
Mientras la ciudad tan solo era la ciudad de ese día, con autos que pasaban como si nada, en ese templo efímero, Servant conjuraba su propio continente, donde es posible comprobar el alcance de MOVE, agente fundamental a la hora de quebrar y expandir de una vez por todas el espaciotiempo de esta ciudad con nombre pero sin identidad.