Que paren los disparos
pero no el paro.
Que el ruido de las cacerolas
se convierta en ola
que abrace a las gentes solas
y que hunda ese gran navío
de políticos impíos.
Que pasen por nuestros labios
miles de injurias con furia,
gritos que sean hito,
o quizá solo un granito,
para lograr el cambio.
Que el presidente quede atónito
por el tonito con el que cantamos
y que sepa que aquí estamos
luchando contra los supuestos amos.
De aquí no nos vamos
hasta que usted se vaya,
y aunque haya sed
y hambre
y calor
tendremos el valor,
a pesar del dolor,
de hacerlo tropezar
y por fin
volver a empezar.