Gonzalo Arango: Postal a Medellín

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Conmemoración y descripción del escritor, profeta nadaísta, a su ciudad natal, a su ambivalente Medellín. Un relato que colecciona las dos caras del ser antioqueño: orgullo y soberbia, fantasía y materia, cordura y delirio, disciplina y farsa. Con fastuosos adornos describe a su ciudad, confesando sus anhelos y el sentimiento de un fervor mítico de la tierra del Valle de Aburrá, que estalla como paraíso de laberintos y sortilegios. Gonzalo busca entre sus letras algún azar de identidad que penetra a través de los tiempos. Una lectura abarcante de sueños, de imágenes, en honor a los 350 años de la fundación de Metellinum.

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«Antioquia es un cuento fantástico contado por los antioqueños. Pero, como en ninguna leyenda, la fantasía se mezcló tan bellamente con la verdad, ni ésta se ajustó tan fielmente a la profecía. Hoy, esa leyenda, cuya capital es Medellín, cumple 350 años. La cosa empezó en un lejano 2 de marzo de 1616, cuando un barbado “Oidor” del Nuevo Reino de Granada pronunció el ábrete sésamo que hizo posible el milagro antioqueño.

Hoy quiero decirte, Medellín, a manera de homenaje, que tu fundador era un poeta extraordinario: por el esplendor de tu paisaje, la suavidad del clima, la luz, la fertilidad de tus laderas, el cielo azul. ¡Tu belleza evoca el Paraíso!

Y también, tu “Oidor” era un visionario, pues “vio”, dormido sobre el prodigioso Valle de Aburrá, el antiguo sueño de una tierra prometida.

Además, era un rebelde, pues al verte se sublevó contra la soberbia belleza de un sueño tan eterno y tan inútil. Pensó que ya se había perdido demasiado tiempo para seguir perdiéndolo en la contemplación del paraíso, o en la ilusión de la tierra prometida. Entonces confió sus esperanzas en la acción y te despertaron a hachazos, te pusieron en camino hacia la grandeza. Debió ser brutal la sacudida…

Decir “te pusieron en camino” es una metáfora pues no había caminos, sólo hombres. No olvides que antes que te descubrieran, eras el Paraíso. Pero el hombre es todo; tú solamente eras el sueño. Aquello debió ser la epopeya: arañar cordilleras, talar selvas, encauzar torrentes, acercar las lejanías, tender puentes sobre el abismo y lo posible, unir el cielo con la tierra… primero con el hacha y después con la oración. Y aun en la fatiga, el reposo fue para el canto y la caricia.

Te rindieron al fin con su coraje, con su heroica fuerza, y te ganaron para la civilización. Con su sudor, con sus hachazos, con sus canciones, esos colonos abonaron la tierra para el milagro. Entonces la tierra dejó de ser prometida para ser conquistada, y de las rocas saltaron efímeras rosas. Ahora existías, y el tiempo daría testimonio de tus hazañas. Tu destino estaba en la historia.

Vuelvo a Medellín, a donde regreso siempre por la nostalgia, la ilusión, y esa fidelidad a la raíz más profunda de mi ser, cuya vocación es el cielo sobre el Pan de Azúcar. Pues amo tu barro, tu pueblo, tus caminos en los que tantas veces me extravié, de cuya tradición vengo, a cuya historia pertenezco por una fatalidad que identifica mis rebeliones con mi libertad más honda.

Medellín, eres el destino. Y la lucha por tu poderío o contra tu poder es épica. Posees los peligros, las posibilidades y las tentaciones del laberinto. Contigo no hay pérdida, finalmente. Pues aun en el exilio, todo antioqueño te lleva bajo el zapato. Contigo no hay divorcio posible. Ser antioqueño ata al origen con un vínculo indisoluble; es una fatalidad honrosa. Se es antioqueño a pesar de ti, o contra ti, pero orgullosamente. Por eso, los que te hacen irrisión, son en el fondo los que más te admiran, como esos que dicen con una sonrisa desdeñosa: “¿Medellín? Ah… sí, esa ciudad maravillosa. Si no fuera porque allá viven los antioqueños”. Es que todos admiramos lo que no tenemos, o nos quejamos de lo que no somos. No hagas caso a su ironía. La ironía es la verdad del escéptico.

Hace poco, discutiendo con el gobernador la máxima de su gobierno: “Los antioqueños podemos hacer más”, yo oponía a su pragmatismo laborioso la filosofía del ser. Pero como él encarna el poder, y yo la poesía, resolvimos la antítesis en una síntesis ecléctica, en el sentido que para los antioqueños “el hacer” es su manera de “ser”, su filosofía de vivir. Y es verdad, pues Antioquia es, inclusive materialmente, una empresa del espíritu. Su filosofía es un desafío a lo imposible por medio de la acción. Esto quiere decir que su espíritu rechaza como inútil todo idealismo que no tenga una razón de ser vital en la realidad; es la negación absoluta, pero a la vez práctica, de esas bellas y profundas metafísicas que no producen dividendos. No comparto su manera de ser grande, pero admiro su grandeza que es auténtica, viril.

Esta manera de ser grande está fundada en una filosofía del despropósito y la ambición que, como todo lo fantástico, desemboca en el absurdo. Pues parejo con su grandeza material, y en busca de un secreto equilibrio de poderes, la naturaleza se las ingenia para producir de un solo cimbronazo a Fernando González y a Coltejer. O sea, el primer filósofo colombiano y el primer nombre en textiles.

Es extraño, pero cierto: las grandes rebeliones del espíritu que marcaron época en la historia de Antioquia, y de Colombia, han surgido de sus grandes tradiciones, y esto explica que esas tradiciones que Antioquia se sacude cíclicamente por usadas, en ellas mismas renueva su impulso hacia el porvenir. No son tradiciones estáticas sino generadoras de vida.

Encuentro una frase que tal vez defina este estado de renovación permanente del milagro antioqueño. Es esta: Antioquia es el eterno progreso del eterno retorno. Esta idea me salió como pensando en la eternidad, pero si no merece el bronce, sí merece perdurar como una verdad que inspira su gran destino.

Este pueblo, como dije, es grande hasta en sus contradicciones, y por virtud de sus fuerzas creadoras en eterna pugna entre el poder y el espíritu. Pues Antioquia, en su irrevocable propósito de rebasar cada día su propia grandeza, se precipita a veces en el absurdo y en lo mágico. Es así como en su capacidad de sorprender a los incrédulos produce en la misma jornada al escolástico gobernador Arizmendi, a León de Greiff, a Belisario, a X-504, al tuso Navarro, y a mí. Y sigue tan campante después de semejante locura.

Ya todos desesperaban de que el inextinguible genio antioqueño se hubiera agotado con ese parto soberbio, formidable, que es el doctor Tuso Navarro Ospina. Pero no hubo tal. La naturaleza hizo sus 30 años de dieta después de ese esfuerzo terrible en el que puso todas sus complacencias para darle un líder al partido conservador —lo que casi le costó una cesárea—, pero el Tuso le resultó al fin de cuentas un genio de campanario. (Por supuesto, con todas las virtudes de la raza, eso no se lo niega el partido liberal, ni menos el azulejo doctor Valderrama).

Entonces, la perseverante naturaleza se dejó embarazar una vez más por la ilusión de producir un prodigio, pero esta vez estaba tan exhausta que sólo abortó un líder subdesarrollado, concretamente al fundador del Nadaísmo. Pero algo es algo, ya que por desgracia los genios no se fabrican en Fabricato.

Quisiera definir, finalmente, el espíritu del gran pueblo antioqueño, pero no por la árida vía sociológica que ya tiene su egregio caudillo en el profesor López de Mesa. Lo intentaré por la vía juglaresca. Entonces diré que los antioqueños —tradicionalistas por vocación y por destino— se dividen en dos categorías: liberales y conservadores. Este es un matiz formal, pues políticamente los antioqueños en el fondo no son sino antioqueños. Sin embargo, el matiz político me sirve para analizar su carácter más profundo frente al problema del amor.

Este descubrimiento lo hice en el barrio Guayaquil, por los lados de Cisneros y la plaza de mercado, donde vagabundeo comprando talismanes, flores, amuletos y arepas de chócolo. Por ahí pululan de noche, a la llegada de los trenes de Puerto Berrío y Bolombolo, esas pobres rameritas que llaman de vida alegre, lo cual es una fea mentira, pero que, después de todo lo que pasa, te dicen con gratitud: “Mijo, ¿cuándo vuelve?”. Entonces, si eres liberal, debes contestar para ser galante: “Pues, mija, será en la próxima quincena”. Pero si por desgracia eres conservador —que es lo más probable—, entonces debes decir: “Pues, mija, si acaso vuelvo, será después del primer viernes”.

Esto es todo lo que sé del gran pueblo antioqueño, y si alguien dice que estoy equivocado, allá él.»

Fuente:
¿El Espectador? ¿El Tiempo? Bogotá, 2 de marzo de 1966.
https://www.gonzaloarango.com/ideas/postal-a-medellin.html

Juan Camilo Tamayo

Abstracto, alien, melómano
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