El arriero del buey es apacible, y el de la mula es renegado y violento, se les ha contagiado el carácter de sus animales. Va el buey lento, pero siempre igual y seguro, pero la mula híbrida, es maliciosa, se finge cansada y aprovecha el primer descuido para desviarse a pacer y echarse en el camino. De ahí los gritos y maldiciones que llenan el sendero colombiano. Afirma el arriero que la mula no camina si no se la dice puta y otros improperios sonoros que debían ser alabanzas, porque ellos han acompañado nuestro progreso lento.
Fernando Gonzalez
Máquina colectiva
Sucede lo de siempre: gente bailando en el valle. Pero no suena lo de siempre: aparece un fresco rumor, un algo extraño que impulsa en la oscuridad lo que se ve en la sonoridad: Insurgentes, en plural, y probablemente con usted y yo incluidos; y todos los que estemos pensando en que algo estará sucediendo para que varios estén encontrándose con otros varios sin un fin distinto al de hacer futuro y crear esto, que ni usted ni yo sabemos exactamente qué es, pero reconocemos ahí para ambos, en plural. Siempre varios, aunque sea irrefutable la soledad de cualquiera que escuche. Hay máquinas que aunque no son nuevas, apenas aparecen, quizás por forjarse en la depuración de otros artefactos, por requerir tiempo o por esperar el instante propicio para entrar. Algo así es Insurgentes, que recién se muestra, pero llega con la fuerza que su ingeniería merita: una obra forjada con los años, tras muchas letras, sonidos, momentos, sentires, intuiciones, ensayos, errores, maneras. Sigue siendo un experimento, pero tiene algo particular en cómo considera la música, cómo la siente, cómo la sugiere, en plural; plasmándola como posibilidad de otras formas de mundo que incluyen también maneras de habitarlo. Así se construye una ficción sónica no como una especie de sueño casi real, sino como una masa reactiva, una “máquina colectiva, subcultural y anónima”, como diría Simon Reynolds para referirse a estos grupos. Una máquina que no sería posible sin la tecnología individual que, en el caso de Insurgentes, ha venido ensamblando cada uno de sus militantes, o por lo menos los tres convocados: The Baker, Zed Kappa y Verraco.
Sublevación
Insurgir, como quien no se limita a aparecer. Como quien tiene una manera de ser tan propia que por el momento, es más prudente un acercamiento temprano, también porque sabemos que estas formas de militar no son comunes en este territorio. Sabemos que hoy se siembran imaginarios y se fecunda otro panorama. Decimos «apenas» no porque no se ofrezca lo esperado; al contrario, es un «apenas» por la visión misma, por lo que parece estar temblando; un apenas del vaticinio, de que recién están despertando sonidos, creciendo espacios y activándose fuerzas. El futurismo aquí no tiene que ver con un pretendido porvenir sino con la sublevación de la novedad como mañana y su apropiación como el potencial de cambiar el presente: insurgencia con el tiempo mismo, con la vida misma, donde sentir el futuro o habitar algo nuevo no es otra cosa que sentirse vivo, porque siempre se como el sonido, un bailarín, o el sol, que se queman a cada segundo.
Artesanía
La música es y ha sido un acto, aún si es previamente grabada. La grabación es un asunto reciente y el lujo de poder acceder a tantos artefactos musicales —incluyendo casetes o mp3 en la nube— es propio de ahora. Por eso una propuesta sonora no puede quedarse en construir un concepto para publicar sonidos y montar una película sin cuerpo. Debe ir al acción, al performance, musicking. Si su ficción es real, ha de ser capaz de sostener el mismo concepto tanto en el estudio como en la acción del directo, a su vez sabiendo que en ambos escenarios, algo diferente se exige. En el caso del acto en vivo, lo fundamental radica quizás en la interacción de todos con todos, de todo con todo: La fila, el rumor, el concepto, el cuento, el vinilo, el recuerdo, la persona, el CD, el sticker, la mirada, el movimiento. El techno como artesanía.
Panadería
Diversos sonidos se cocinan y rebotan. The Baker está en ningún lado, aquí sin mensajes astronómicos, en búsqueda de sombras análogas y de estructuras que parecieran hurgar en las comisuras de cada sintetizador, donde pululan figuras de tantos materiales como la imaginación logre alcanzar. Formas aurales casi táctiles, tangibles, de toda índole: desde la abstracción etérea hasta el más violento mundo de cosas que hacen fisión y fusión para hacer el techno. Es una explosión de colores y formas que mágicamente se sostienen en la misma rotación, pudiéndose apreciar de alguna forma un panorama de música extraña, fascinante, envolvente, como un universo entero que se degusta en uno de sus más finos puntos, un territorio recorrido con su más sabio guía. ¿Qué mejor forma de introducirse a un barrio que con el panadero?
Ciencia ficción
El sonido y la gente parecen no solo resistir: quieren más ciencia, quieren más ficción. Sonidos, patrones y ritmos no tan nuevos, pero en máquinas, formas y sentimientos nuevos. Mezclados en otra clave, asumidos como sonidos sorpresivamente desconocidos e inquietantemente familiares. Es también nuevo este momento, por revelarse otras dimensiones en lo que se va tejiendo; otro tiempo, otra escala, otras tensiones. Se siente el chamán, se siente la tierra, se siente lo crudo y la maleza. Pero también hay residuo estelar y tonos de una sociedad androide, adual al asumir la escucha, la cual parece aquí valorarse como un recuerdo de que somos formas virtuales buscando un sentido en la militancia con la propia realidad, y que en nuestra odisea no hay nada más que una rara curiosidad por lo inusual, en este momento ubicado entre los oídos, la pelvis y unas cuantas extremidades que arman tribu en cada loop. Zed Kappa es un personaje de mundos lejanos, ávido en la exploración del desvanecimiento y lo oblicuo. ¿Su arte? El trance profundo, ¿su técnica? seleccionar no canciones sino estados para una ficción delimitada pero atrevida, llena de estaciones marcadas y espacios donde se puede soñar un poco más de lo normal. Kappa comienza en una hipnosis tribal y termina en un exquisito tejido de cyberpunk sónico: ecos de diferentes épocas colapsando en ácidas revoluciones por minuto entre motivos melódicos que a ratos llegan tan hondo, que no se sabe si es el cuerpo o el movimiento, pero se siente una superfice sónica a la que cada beat, cada filtro, cada groove, le cae como una explosión de alegría y danza. El set de ZK es algo así como una piñata de fantasmas de dudoso futuro, como ciencia ficción de un universo extraviado pero cuya gravedad es tal, que el oyente pierde distinción entre una melodía y una galaxia.
Mestizaje
No solo es el anonimato sino la androginia, la hibridación, la mutación, la simbiosis; pero no solo es cuestión de grados de mestizaje o interconexión, su lectura como aquello que se combina. Es también, y ante todo, mestizaje en términos de ese algo que se rehúsa a ubicarse y en vez de ello permite el cambio. Mestizaje aquí es mutación, no es solo lo combinado sino aquello no localizado, no definitivo, siempre en tránsito. Medellín podría ser una especie de cuna indefinida del mestizofuturismo porque es un híbrido sin identidad que pretende una soñando el futuro, aquí entendido como posibilidad presente y no tanto como promesa, porvenir o la jerga de innovación que es hoy cliché en la calle como lo sería en su momento la pujanza del arriero. El futurismo de lx mestizx no es anhelo sino acción móvil, no es ideal del día siguiente sino realidad presente que se tilda de futurista solo por el hecho de atreverse a otro mito diferente al que la mentalidad progresista y materialista impone. Es de hecho una forma de insurgencia, la de presentarse con cierta incógnita, como extrañxs, mezcladxs, míticxs; algunos por tener otros alias como The Baker que normalmente publica y toca como Astronomical Telegram, y Zed Kappa, conocido como Merino. El otro que los acompaña, está debutando en vivo pero ya lo hemos escuchado antes: Verraco, quien (afortunadamente) conserva en vivo su anonimato. Quizás si mostrara su cara no sería lo mismo, su voz no sería la misma, o al menos no se permitiría las aristas y la expansión que ahora logra, porque no sería igual de escondida, igual de mestiza, igual de híbrida, aún cuando entre algunos “sepan” quien es. A fin de cuentas ¿qué es lo que saben?, ¿que Verraco es X o Y señalable? ¿Cuando acaba una persona? ¿Cómo evitar la levedad de todos los sujetos? ¿Quién es a fin de cuentas el que está detrás del que está detrás de Verraco? ¿habrá más en la estela? ¿algo así como un fractal donde se es alias del alias? ¿Quién es uno más allá de su nombre?
A.k.a.
El alias, el némesis, lx otrx. La búsqueda de muchos en uno y de uno en muchos. El espejo, el juego de sombras y sus siluetas. ¿Cuántas máscaras juegan con cuántas imágenes en cuántos recuerdos de cuántos espejos que son representaciones de cuantas metáforas? El otro es un otro del otro que es otro siendo otro de otro al ser otro de un otro que se hace otro en tanto oye a otro que dice de otro que es el mismo pero reflejado en otrx, aquellx hijx de otro que es sobrino de otro que es un otro que en raras ocasiones aparece. Uno, alias lx otrx, alias ninguno.
¿Combatir?
Verraco es un reactor de objetos sonoros. Música en muchos estados y personajes, en muchos tiempos, lenta o rápida, llena de giros, con formas que se atreven a permanecer en el cambio. Música arreada, porque viene a la fuerza, literal: viene entre voltajes, entre resistencias y condensadores, tragándose cuanta partícula de aire se encuentre, introduciéndose en cada poro que se le tope en su camino y recorriendo sin cesar cualquiera de las mentes que quieran dejarse agitar; con microchips, en sintes que se golpean en medio del set o en efectos que absorben todos los sonidos emitidos. Verraco arma una sustancia imparable, una avalancha imposible de evitar, incluso para aquellxs a quienes la confusión o la intensa resonancia los tienta con salir del lugar. No pueden irse: ya escucharon, ya supieron que todo su entramado psicofísico, o bien estaba preparado para lo que escuchó, o tal vez esperaba algo diferente que llevó a una bella confusión. Da igual si es lx DJ o lx oyente la razón del estado de recepción o combate, una cosa es clara: es un ritual de resistencia, de apertura, de sentir lo futuro como una sensación de que nadie sabe lo que estaba pasando. Experimentación pura y dura, esa que exige un cambio de mentalidad, se permite el hechizo, genera pregunta, que se asume como el reto de un nuevo mito.
Resistencia
Al final de la noche la insurgencia termina jugándose en el lugar donde habría de esperarse: en el sonido mismo que activa la pista. Otra forma de mezclar. Otros sonidos, otra manera de proponer la música, no solo de programarla. Música con grietas, colmada de configuraciones, con otro código, con estructuras fieles a la reacción posible en la intermitencia que el silencio le permite al DJ. Verraco es contundente, carece de género fijo al tocar y su artillería en vivo pareciera más orientada a desubicar, violentar, cambiar, alterar y disponer de las concepciones que se tenga de música electrónica para, desde la música electrónica misma, atreverse a otra arquitectura, otra aleación, otra maravilla.
Trances
Trance, post-trance, ¿post-post-trance? ¿trances? Qué música suena, quién la toca, por qué se tapa, qué esconde, cuántos es. Todo se siente muy intenso y el pulso se tiende a acelerar. El tiempo se desconfigura y el mensajero, tras la bandana, augura tiempos para los que merece la pena mantenerse de pie. Porque aquí no solo se está pintando militancia sónica a la luz de una especie de mito post-guerrilla, sino que ante todo se está trazando una búsqueda de nuestro futurismo, entendida no como una expedición del tiempo, sino como reconsideración del arcano. Concretamente en Colombia no sería muy lejana en legitimidad nuestra situación a la del complicado Detroit o el Berlín del muro. Tendremos también nuestros propios desiertos, nuestras propias ruinas y nuestras fronteras históricas. Así como en estos contextos el techno nacía como una forma subrepticia de escape, liberación, militancia y purificación de la gran máquina corporativa, capitalista o mediática, así mismo nos resistimos al Medellín de unos para habitar el de otros, que lo presentan con sonidos.
Arrear
Cuál es la bestia, quén la maneja. Quién lleva a quién: la mula el destino del arriero o éste el del animal. Quién es lx que transporta a quién. Quién está arriado por quién. ¿Qué hay de usted? ¿mula o arriero? ¿Cual será lx tercerx? Tal vez las mercancías. Sí, las mercancías, porque a fin de cuentas el arriero es tal por llevar mercancías, y la mula es mula arriera porque es medio para el transporte de todo tipo de objetos. Entonces nadie está arreando a nadie y tanto lx DJ como lx que escucha, son otros, y los mismos, y a la vez otros, y a la vez los mismos, y una y otra vez otros, y una y otra vez los mismos. Y entonces no hay que arrear nada: la mercancía es lo único importante y de ella brota siempre una linda paradoja: el arriero no importa a fin de cuentas una vez la mercancía llega a su destino; pero sin el arriero, la mercancía no se transporta. Tal vez por eso Verraco no se muestra: porque le interesa la mercancía, pero no por ello deja de cultivarse individualmente al sintonizar sus elementos; necesita su mula. Escucharlo en vivo confirma una intuición inicial: es anónimo porque le interesa la música. Su labor es a ratos la de una mula, que escucha lo que tantos le echan encima. A ratos es quien la monta y reparte e intercambia todo tipo de artilugios, pero aunque tenga la ilusión de arrearla, en el fondo sabe que ambos son solo responsables del transporte y ambos son puta, y ambos son progreso. Son responsables, no esclavos, porque el mito de Verraco no es solo que se oculte a sí mismo: también la mula es anónima y por eso es también futurista, porque como cualquier música, sabe que nacer implica tarde o temprano aceptar el hecho de ser algo nuevo, desconocido. Futurismo significa tal vez que importa más escuchar eso que está llegando de no se donde, de no se cuando, pero llega agitando, cambiando, enseñando lo diverso. Futurismo arriero: ya que son las mismas montañas y la misma idea del transporte; salvo que antes traían a lomo de mula alimentos, casas y hasta el primer automóvil; cuando hoy se transportan también robots, sonidos y ficciones con las que se diseñan rutas a otra historia.
Mestizaje
De nuevo embruja la pregunta pero no se trata ahora de quien es realmente Verraco sino de quien realmente es un mestizo futurista. Uno lo ve, uno lo siente, uno lo vive, pero no aparece en ninguna parte, como la mula que se finge cansada. Verraco suena una música mestiza, llena de ritmos y sorpresas, cargada de masas sonoras que seguramente nunca habían sonado aquí, así, en tal combinación. Nos rodeamos de mestizaje, respiramos mestizaje y a la vez podríamos pensar el futuro por la tecnología y los sonidos electrónicos del momento. Pero como dijimos, futurismo es mito presente y no figura ulterior; y a su vez mestizaje no es solo combinación sino también carencia de fijación, malicia en el movimiento. El arriero es la mula, la mula es el arriero: el nuevo mundo no es el mito europeo, sino un presente indeterminado y difícil de ubicar pero de alguna forma rastreable en nuestra zona. Digamos que el mestizofuturismo es solo una pregunta abierta, un fantasma imposible tanto de ignorar como de definir. Es evidente nuestra ambigüedad, nuestras bifurcaciones, nuestras formas tan diversas y al tiempo tan particulares. Aquí lx mestizx es futurista porque juega con su propia bomba de tiempo: es ellx que lucha y es ellx que llora, es arriero y mula, grita y calla, tiene el puño en alto pero también sabe cuando debe soltar las manos para trazar el aire al bailar.
Techno acusmático
Qué la mula sea anónima quiere decir que el anonimato es también de los sonidos, del mundo, de lo que a usted se le antoje hacer anónimo. Como si sólo serlo reflejara una fuerza, expusiera un drama imposible de ignorar porque es propio, porque uno se sabe anónimo, sin causa, acusmático. Porque saben los oídos que da igual quien toca, da igual de qué va el asunto, da igual de qué se trata el concepto o si es el género favorito de lx oyente. Dentro del club da igual todo eso porque da igual el punto, la línea, la dimensión, el objeto, la forma y el mundo entero. Todo quiere desaparecer en la vibración de lo que no ha sonado. Pareciera que los tres DJs de la noche tienen en común cierta intención de salirse de sus propias formas. Todos han tocado bajo otros alias, todos han tenido otros encuentros con sus tendencias, sus conceptos, sus selecciones. Han hurgado hasta más no poder las bibliotecas de unx y las naves de lx otrx. Se comparten música desde hace años, organizan rituales juntos, todxs producen sonidos propios y trabajan arduamente para forjar su propia carreta, la cual manejan sin mucha pretensión. A la hora de escucharlos, se atiende al sonido sin causa, se habita el mundo que proponen. La experiencia acusmática en música electrónica como la de este trío, no parece concentrarse tanto en la idea del sonido en sí, puesto que la estructura y rareza de los sonidos ya implica causas sintéticas y formas que se dan por sentadas como salidas de lo común, electrónicas y a menudo en combinaciones extrañas. Lo raro de la experiencia acusmática en estos casos es la potencia imaginativa, la ficción detrás y delante del sonido, adentro y fuera de este. Esa es quizás una de las claves que da Insurgentes: su intención para construir una ficción sónica en relación a la manera como se proponen los tracks, sus géneros, referentes, cortes, cambios, momentos, curvas, espacios, estados, capacidades, sentidos.
(No) Violencia
Violencia: Caos innato, dicotomía natural. Cantar otra mitología desde lx ciborg, buscar la androginia en los voltajes. No hay género porque no hay género para la palabra género, que aquí podría ser referida a animales humanos, animales no-humanos, o esa rareza de entes no-animales no-humanos que se hacen de puro sonido encapsulado en un club, pero que a fin de cuentas no se limita a la inmersión porque busca el embrujo. Violencia: Pero no la misma violencia, ni los mismos violentos. Ficción: Pero no la misma historia sino un nuevo mito, un nuevo canto. Violencia como acción no violenta. Sin armas, ni sangre derramada por dudas inconclusas de una especie que, en busca de sí misma, se pierde y destruye todo lo que toca. La violencia de ser humanx puede encausarse en otras formas, desarrollarse a la manera de quien tiene el potencial de explotar pero se resiste precisamente a esa tendencia propia de las zonas inconclusas de la materia. Aquí se da en ondas, halos, rebotes, luces, ecos, mensajes sin texto, todos propios de lo audiovisual. No hay munición diferente a las pistas, modestas algunas, agresivas otras; todas rodando en cabezas y cuerpos que por momentos parecen un tanto desubicadxs, como el arriero que aun cuando llegaba a terreno difícil, seguía en su mula. La pujanza no es gratuita pero tampoco hay que ser un fanático de alguna supuesta antioqueñidad para aceptar que la idea del arriero es arquetípica en la forma como funciona nuestro pueblo, por tanto nuestro modelo de ciborg, ha de encarnarla en alguno de sus algoritmos.
Llenar casa
Tanto en Medellín como en Bogotá, Insurgentes llenó el lugar de su presentación. Aún entre tantos eventos, algunos con artistas internacionales y algunas veces cada fin de semana, las propuestas locales parecen coger una fuerza particular. Es siempre una grata sensación cuando se llena un lugar y solo hay locales con sus ecos. Esto es sin duda el resultado de un esfuerzo conjunto, de escuchas y DJs, de productorxs y promotorxs, pero ante todo, es la magia de saber cómo hacer las cosas para que digan algo diferente. De nuevo, el plural.
El nuevo mito
Hay algo nuevo en Insurgentes que no es solo ellxs en sí, sino lo que parece estar reflejando este movimiento con respecto a lo que es posible o no en esta forma actual de hacer, unir y escuchar las cosas. Para nadie será novedad el crecimiento de la música electrónica en el valle en los últimos años, meses, días. Pero como ya antaño, los arrieros, las mulas y lo que transportan, dependen todxs de todxs. Aún así algo es claro: hay nuevas mitologías resonando al punto de impulsar otras; máquinas colectivas que indagan en lo posible y establecen coordenadas para que otros organismos respondan. No es solo entonces el futurismo del mestizo sino el mestizaje como oportunidad de hacer hoy el mundo y no dejarlo en algún lugar posterior del calendario. Aquí por eso llama la atención el futuro no como estrategia del progreso sino como la posibilidad de acción presente, ya mismo. Por eso se hace con sonido. Es la posibilidad de intercambio, de respuesta, de transmutación desde el contraste de lo propio y lo otro en un mismo patrón. Si es tal la «nueva ola» de música electrónica de Medellín, será solo posible en la consideración de lo mestizo no como el alcance del sueño de un total sincretismo sino como la consideración de los saberes expandidos en la sonoridad de lo múltiple: mundos diversos pero anidados, como personas que, sin importar género, clase, película, se juntan a bailarle a una ficción de unos a quienes tampoco parecen importarles semejantes asuntos cuando es hora de la música.
Culto, cultivo, cultura
Culto. Al cuerpo, al otro, al sentido, a la vida. Culto al baile, culto a la música, culto a ser esto, y aquello, en cada movimiento. Culto a estar quieto, en silencio, oyendo todo, en su desaparecer. Culto a lo que suena, a lo que vibra, a la máquina; y ésta como resultado de previos cultos al número y la verdad, a la búsqueda de la fórmula certera y la aleación infalible. Cultivo. De la ficción, de lo nuevo, de la resonancia. De la música como actitud, de los surcos como venas, de los ritmos como días. La música de la vida y la vida de la música. La música por la vida y la vida por la música. Es necesario no solo el culto sino el cultivo, porque así el impulso deja de ser mero impulso y se hace proceso. Cultura. Los tantos impulsos como procesos ramificados en mundos que a su vez impulsan y procesan más cultos. Es extraño como en un punto la cultura absorbe al individuo de donde alguna vez brotó pero es también extraño como reaparecen siempre nuevos cultivos. Por eso el culto siempre implica insurgencia incluso con la misma cultura. Pero no en términos materiales, sino en el más fino tejido audiovisual, en una sintonía con el espacio de espacios. Pero que no se asuste a quien oye: probablemente todo esto no sea más que un baile fugaz, un ritmo mudo o una vaga epifanía de la noche.