Fachadas

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Hubo un momento de tensión que pareció eterno. Las gentes miraron expectantes a su alrededor como pájaros espantados por el ruido, después de volar alto. La multitud enardecida y descontenta se detuvo. Tras la muerte infausta de Dilan y Julián, la coerción y la violencia desmedidas del ESMAD, quince días de paro y ninguna solución a la vista, ni siquiera bajo el prisma de un catalejo, todo el mundo anda con los pelos de punta.

De parte y parte estamos vigilantes, cansados e insatisfechos. Por ello el paro ha de seguir. Así, cuando se escuchó el alarido visceral que presagiaba una catástrofe inminente, el tiempo se quedó quieto y la desesperanza reinó. “Jueputa, se acabó esto. Y en vano”, dijo un joven. ¡Bomba!, fue lo que se escuchó. Pero después de unos instantes, una vez miramos hacia arriba, la murga continuó el jolgorio y la gente dejó asomar sus dientes de nuevo, cuando nos dimos cuenta de que había sido el grito frenético de un payaso con overol que, mientras bailaba con unos obreros que trabajaban sobre la fachada de cualquier edificio, este inflaba bombas de caucho para que las gentes jugáramos con ellas, como en una piñata, antes de que concluyera la marcha y se armara al caer la noche, una vez más, un nuevo tropel desigual con las fuerzas armadas.