Post-Medellín
Quien se iba a imaginar que el mundo se iba a acabar. Medellín, como parte del planeta, también llegó a su fin, pero como todo eso que se fue con la tierra en el antropoceno, sigue persistiendo y aparece como si estuviese vivo; insistiendo en estar pese a saber las condiciones que lo atan a lo efímero, aún cuando no se escapa de su existencia volátil y su ser indefinido en semejante balanza de los días. Y entonces esa persistencia es acceso a nuevos territorios, con sus propias mecánicas, con su dimensión estética engendrando otras posibilidades lógicas.
Pero hacer mundos hoy no es lo mismo que hace unos años, pues no solo han mutado las formas de acceder a las profundidades de lo real, sino que se ha transmutado la capacidad de definir la realidad misma, de construir su tejido desde el intersticio exquisito de la hipnagogia. En este sentido aparece la ficción sónica revelando su función elemental en la construcción de otros panoramas, como si en la manifestación sónica se armara siempre un nuevo Macondo; no por ser un territorio real que se haga mágico, sino al revés: por ser conjuro de la música misma, que se torna realidad. Así el músico es artífice de universos, alquimista de la sonoridad, navegante del andamiaje destilado de las líneas de una historia cualquiera de alguna ciudad hecha en la acústica, como Ziroshima.
Eterna rimadera
Hay un nuevo rap en la montaña, que no sería igual sin Zof Ziro. No solo por incubar MBZ, sino por eso que solo él logra cocinar. Su visión, sus ideas, su rizomática aproximación al tejido del hip-hop, su existencialismo, su enciclopedismo. Su manera de considerar el rap logra enlazar estratos que se debaten entre lo metafísico y lo cotidiano, donde lo mental aparece siendo directriz de una lógica abstracta a ratos, en otros momentos bastante evidente, que en menor o mayor medida resulta en un privilegiado uso de la metáfora y la poética, la crítica y la narrativa, el sarcasmo y la ironía. Desde la manifestación misma del lenguaje y su enlace a la cultura, la herencia y el ritmo, se arma así un hereje capaz de lanzar diatribas a cualquier ente, incluyéndose; todo para alcanzar ese punto donde la rima se vuelve bucle inagotable. Aquí entonces no espere el Medellín primaveral donde la eternidad servía de eslogan para vender humo: una ciudad consumida en una maraña narcótica que si bien aún se deja ver en cualquier grieta o esquina, pero siempre se tapa con ese otro Medellín de máquinas e innovación. A Ziro en ese caso se le antoja una militancia difusa y apunta no a una ciudad específica, sino más bien su propia ciudad, entrelazando lugares de Antioquia pero acercándose a su propio mundo distópico, que como un espacio realista y mágico se asemeja y se distancia a ratos de las diferentes versiones de lo que hay en el mundo. Su lírica sabe de lo occiso de las calles y del prepucio con el que piensan muchos en esta paradoja que llamamos ciudad pero que cada quien vive a su manera y construye desde sus memorias y lógicas. Y entonces construye una ciudad a partir de sus propios dramas, imágenes y palabras, haciendo del vocero un juglar cibersónico, recoelctor de información y creador de un mundo propio. Pero no es como quien hace un libro, sino como aquel que programa beats y luego pone sus fonemas a bailar entre los datos.
Intersticio
No buscamos aquí un punto sino una línea. Pero tampoco una línea, sino un mundo de ellas. Pero no es tanto el mundo, como la historia y su lenguaje. Pero una persona no es solo historias, sino también mundos, también líneas. Tal vez solo sea un punto. Sí, eso: Zof Ziro es punto, que puede ser línea y acabar en mundo, pero es básicamente un punto donde converge lo que nunca se había reunido en la ciudad y que en el caso de este sujeto se da. Esa imaginación hipnagógica que ya aparece en Gabo, en Rulfo, en Borges: sus mundos imaginarios, propios, posibles. En el caso de DobleZeta es Ziroshima, su realismo especulativo, donde logra asomar una ficción sónica de quien es sin duda, entre la actual ola de rap en Medellín, quien reúne de formas más raras el algoritmo de su nave Moebiuz: las referencias constantes al cine o la literatura, la polisemia, el juego de sentidos, la recurrencia lenguaje popular, la rima inesperada, o inexistente. No es probablemente la Ziroshima que él definiría, sino la que escuchamos en su canto; la que narra una escucha, tras otra, entre otras, recolectando ecos como palabras y estas últimas como figuras de una historia que ojalá sirva al menos como invitación al cine sonoro de ZZ.
Ziroshima
Todo aquel que se atreva a dialogar en ese intersticio extraño que se percibe entre realidad y ficción, crea tarde o temprano su mundo propio, su espacio intermedio, su grieta, su forma de captar la oscilación de la paradoja interna en cada item del samsara. Como Macondo o Comala, Ziroshima se teje a sí misma, salvo que con una singularidad, desde el rap: a partir de la voz y la mente que logra conectar pensamientos, edificar metáforas y maquinar formas abstractas de su propia novela. Su lírica es una compleja estructura de fuerzas, tensiones, escuchas, referencias, puntos del Aleph; por lo general dispares, conectados sin aparente sentido pero llenos de profunda intención, de enlaces subrepticios, de doble, triple e infinitesimal sentido. Sus frases pueden decir muchas frases que dicen muchas frases y tallan meta e hipertexto en canción.
Sus letras, asimétricas en sentido y a su vez complejamente aninadas en el ritmo, muestran a la perfección un fenómeno hasta ahora solo disponible dentro del «nuevo rap de la montaña». Es interesante cómo en entre raps el lenguaje adquiere una dimensión de la que carece en la esfera cotidiana del habla: en el rapeo el decir no solo es juego de sentidos en las palabras sino que se nutre de una capacidad de hacer de cada frase música: En la manera como la fonética baila en un beat, en la disposición de lo que se quiere transmitir detrás o delante de cada frase, en la profundidad del territorio que se esconde en cada canción. El contexto, la historia, las letras, las lecturas, los viajes psiconáuticos, los mundos del subconsciente, el vomito mental, la tradición filosófica, el Medellín que como al amor de ZZ, no murió: lo mataron.
Da igual quién asesinó a Medellín. Por ahora solo interesa saberlo como fantasma habitable, como espacio para crear espacios, como fuente para la ficción sónica. Y entonces Ziroshima es ciudad dentro de la ciudad, pero es ciudad después de la ciudad, con una topografía topografía etérea, una estructura sin estructura espacial aunque si temporal, transitoria, sónica. Es quizás la envolvente de su forma de onda, su mestizofuturismo, su rechazo de ese territorio que nos vende la Gran Máquina Audiovisual, para en vez de ello construirse uno que no es solo escape sino también espejo de ese otro, tan aparentemente sólido, tan aparentemente real, pero igualmente ficticio, como este Ziroshima que parece a ratos también sólido, también real, visionario. Y entonces ZZ es profeta, pero también cronista, o alquimista, en general hábil para identificar la manera como el hip hop se ha hecho en otros territorios, para practicarlo desde su contexto, desde su forma inmediata, pero también desde los quiebres que puede hacer para buscarse sus propios skills como un monje entre montañas.
De esta forma ZZ se cura poniendo en el rap su enfermedad, llevando su casa al firmamento, navegando en un mar de erudición humilde, donde donde imaginarios colapsan para generar una ficción sónica que no es posible sino en la manera como se plantea el hip hop según su contexto. Por eso no es tanto las pintas, las poses y las formas visuales, que dan igual. Aquí es guerra acusmática, voces en la oscuridad: rap ciego; rap sin calle, rap de estudio, rap mental. Se trata más de cómo se da forma a la realidad desde el rap mismo y no tanto de como posar de rapero en una supuesta ciudad. Por eso Ziro no habita ni San Antonio ni la ciudad primaveral. Ni siquiera Ziroshima, que es más bien fantasma. Su competición no se halla en la materia: es acústica, semántica, métrica, poética. Hay muchas variables en la estructura del algoritmo, hay demasiado contenido, en exacta fluidez dentro de la pista, que de alguna manera interviene en cómo se construye un rapero y como puede este alcanzar el punto de abrirse a diversas formas de su propio lenguaje.
Metaforología
Una de las zetas flota indeterminada en los infinitos vericuetos de una cinta de Moebiuz. La otra se debate en un sin fin de eventos personales, introspectivos, ebrios o iluminados. Dos zetas van y vienen para armar entonces una sola voz, que a ratos es una persona, a ratos una fotografía perfecta de una sociedad espectral, fantasma, inhóspita, desvanecida en el anhelo que la funda. Él, su propia metáfora, su más profunda alegoría: un vacío que se debate con el ego mismo, capaz aquí de extrapolarse para desarrollar una rima que juega entre sí al tiempo que recurre a un rizoma de referencias inagotable en tropos y en tópicos por igual. Aborda desde la cultura popular hasta formas esotéricas de ideas ancestrales de la filosofía. Su rap clama lo propio pero reconoce el abismo, nihilista e irónico, mezcla de virtud y vicio, o quizás una definición nueva de ambos en su propia anarquía sónica. Zof Ziro tiene tantas referencias como escuchas le brinde usted a cada canción. Su vida son las palabras, all day abc. Ziroshima es entonces multiverso y ZZ flota indeterminado en los infinitos vericuetos de la cinta de moebiuz.
¿Cuanta de tu felicidad la debitas?
Entre sus torrentes de pensamiento y su bien manejado monólogo, Ziro emite constantemente una suerte de paradojas políticas que trascienden la mera crítica para invitar a la reflexión, eso sí, evitando cualquier ‘rap consciencia’: Ziro es eminentemente siniestro y su estrategia no es ser consciente de un mundo bello y de pretendida armonía. En Ziroshima hay más bien dicotomía abierta, aceptación de la grasa y de la penumbra por igual. Abundan allí formas nuevas de una Antioquia de otro tiempo que solo es posible en el filtro de una voz que rapea lo que vive, lo que observa, lo que se cruza, en donde sea que se den los acontecimientos. La verzatilidad de ZZ es su misma táctica. Y la estrategia, por su parte, no será en muchos casos la de un rapero de esquemas, sino la de un poeta maldito, vagabundo y vicario, ávido en ese arte de perderse pero igualmente sostenido, esquivando la muerte, asumiendo a ratos un limbo extraño entre noches y sustancias y en consecuencia nutriendo una psiconáutica transversal a todo su rap, que se rinde en la lírica para no solo rimar, filosofar, como un Diógenes perro, desnudo gritando en su ciudad imaginaria una verdad desnuda que nadie se quiere comer.
Mientras todo
Almas de Dios llenas de demonios: como si no hubiera de otra que aceptarnos en este mundo mezclado e indeciso. Ziroshima es en gran Medida una especie de pueblo-ciudad posterior a las bombas de los 90 pero agarrado en las revelaciones de la herencia psicotrópica que estalló a modo de lenguaje. Sin embargo, ZZ no se queda en el típico retrato sicaresco y narcotraficante del valle y más bien prefiere adoptar otras montañas, como las del Tibet, sin tener que ir hasta allá. Su mente entonces se ubica aquí pero se atreve al mercadeo de saberes para armarse una mezcla de sus lecturas y pensamientos que combina la situación local en un único tiempo. Mientras todo, él oye las balas, pero piensa también en los teoremas. Mientras todo, es científico del barrio, hijo de las esquinas pero también sombra de búsquedas intensas en bibliotecas mentales, virtuales, de papel o de éter. Su riqueza de referencias es asombrosa y el cruce no es menos fortuito: semejante alquimia de cultura popular con sentidos íntimos de las palabras según sus mutaciones territoriales o epistémicas logra crear varias capas a las frases, como rimando varios mundos a la vez.
Mientras todo, el graba, suena, como si se entrenase al estilo de un hacker que necesita tolerar sus propias rutinas entre redes, entre mundos, entre preguntas sobre las preguntas. Nihilismo y vitalismo presentes a modo de escape de la realidad, o al menos como resistencia a toda renuncia a lo real. En tanto la de Ziroshima es una realidad que se crea entre mota, samples y rimas, sería mucho llamarla esperanza, pero digamos por ahora que se trata más bien una suerte de actitud ante la eterealidad de nuestros contextos, en este caso expresado en términos de vida sucede desde, en torno, hacia y gracias al rap. «Mientras todo se agrava, grabo. Y cuando grabo, ya no es tan grave.»
«Esa paz que buscas, que empiece por la mental»
El desasociego de Zof Ziro no es radical en sentido de fundarse absoluto ante momentos de calma. Él también mira el cielo y pasa momentos de estrella a lo Miles Davies. Pero a fin de cuentas su historia es la de un trompo solo, una cinta que se debate entre su cara doble pero una; una que rueda entre beats y busca su cabeza más allá de su familia, de su historia, del mundo, de todo. Su tratamiento de la música es sincero y por ende incluye su onirismo, su alucinación, los golpes de su torre; su raye, que a ratos es más real que la película que le venderían en la calle a cualquiera de nososotros. Ziroshima por ende no solo es inevitable sino habitable, aun cuando sus calles oscuras parezcan solo contener la distópica forma de la nada. El truco es que al escuchar, algunas veces lo único que hay por hacer es quedarse callado, pues en este lugar ZZ le sugiere al oyente cerrar su voz; le impide decir y lo invita a rendir culto al rap siguiendo el ritmo, la métrica, la retahíla excelsa de la alquimia del símbolo que se da entre beats.
La gente de Ziroshima
Basta detenerse en la cantidad de personajes que se reúnen en Zof Ziro. Entre este y otros temas de otros álbumes podemos hallar la confluencia del sueño, la vigilia, el cine, la poesía, la política, la farándula, el arte contemporáneo o la herejía. Tyler Durden, Mohamed Ali, Alain Goraguer, James Bond, Nietzche, Sirilo, Baco, Simbad el marino, Baba, Govinda, Tito Puentes, Billie Holiday, Marco Aurelio, Hector Lavoe, Judas, Michael Jordan, Almirante Padilla, Ricky Ricón, Facundo Cabral, Toallín, Grayskull, Édgar Rentería, Hércules, Otto Mann, Gustavo Cerati, Scottie Pippen, Mañas, Willie Colón, Ben Affleck, Miguel Rivas, Emily Blunt, José Asunción Silva, Fox Mulder, Jim Morrison, Jack el destripador, Hajime Saitō, Mufasa, Ali Baba, Nicholas Cage, el Happy Lora, Tom Sawyer, Satán, Paul Gauguin, Otoniel, Urana, Giordano Bruno, Yoda, Goya, Siddhartha, Steve Hyuga, Eminem, Aladino, Granuja, el mago Babidi, X-504, el conde de Sal si puedes, Michael Jackson, Wilson Saoko,E.T, Anna Kúrnikova, Eva, Reggie Miller, Dios, James Blunt, chucho, el Felipe de Antonio Aguilar, Raúl Gómez Jattin, Doom, Batman, Barbie, Ken, Chucky, Juan Valdés, Roger Rabbit, Peter Pan, Carl Sagan, Roberta Flack, San Sebastián, Lucas Villegas, Mitch Buchannon, Alicia, Bender, Kid Pambele, little Susie, Malcolm. Sultanes, mesías, raperos, monjas, niños, curas, acolitos, arpías, dealers, ángeles, serpientes, cerdos, ebrios, gordos, tombos, esclavos de togo. Ziro es una metrópoli de fantasmas, que no solo hablan en sus frases sino que son invocados e influyen en el sentido lírico de formas que van desde la elocuente erudición hasta la ironía y la burla. Busque a todos los mentados y seguro los encontrará entre las frases de ZZ, armando todos un universo de personajes dentro de una sola voz. No son parabolas, son palabras que hacen carambolas. Ziro es serendipia con la letra, la alquimia del verbo del francés, la meseta donde se divisan todos en su teatro.
Como Marco Aurelio
Zof Ziro se adentra en la maravilla del monólogo y la enumeración caótica sino también una forma original de exploración aforística de las ideas. De esta manera sus canciones no se arman en base a una dimensión lineal, temporal o estrictamente marcada en términos narrativos, sino que contrario a ello, se dispone la metáfora y el símbolo en una ruta todo el tiempo diferente y de alguna manera conectada por la red dicotómica: de ideas sueltas pero coherentes, de formas dispares pero conectadas, distantes en su forma inmediata e íntimamente enlazadas con una escucha prolongada. Por ello las historias de Zof Ziro se extienden con la escucha cultivada, con la repetición de pensamientos: como un pitagórico, como un estóico, lleno de máximas, abundante en akousma.
No hay bless pero hay bros
Quien diga que ZZ no hace implosión en sus letras, no ha terminado de escucharlas. Su intimidad emerge en la escucha atenta y en la táctica prolongada de atender al sujeto y su universo. Su rap es esoterismo plano, ateísmo en rimas, abstracción dispuesta a una maravillosa cosmovisión. Hay que escucharlo para saber de que va el mundo, para entender la cartografía de un valle asesinado pero resistente, como el de Aburrá. Escuchar rap en estos casos se convierte en algo más que un escape de lo real: se vuelve construcción de lo real, sin el amparo de los dioses, pero con el respaldo de voces conjuntas que colaboran en Ziroshima para armar un espacio colectivo sinigual, eligiendo bien a los suyos, conociendo bien en qué momentos integrarse para lanzar bombas sónicas entre varios. Rap del combo como una suerte de alianza acusmática que no es sino estrategia para disponer las formas en la ficción sónica, como las voces aliadas de MBZ y sus particulares enlaces con la política, la religión y la cultura.
Medium
Ziroshima no es donde explota la bomba, es el mundo que nace del sonido mismo y la forma de detonar todo el asunto es a punta de sampling, donde se revela una dimensión paranormal que se construye como oportunidad de renovar el pasado y dejarlo persistir como eco embrujado, hauntológico, dispuesto a ser espectro de memoria, eco vivo de tiempos muertos. El sampling de Ziro y el que suele acompañarlo, retoma raíces de la música colombiana y latina pero evitando el cliché. Su método es más bien el de utilizar recursos provenientes de otros lugares, haciendo del sampleo un encuentro de voces, de ritmos de otros tiempos. La forma en la que se estructuran los loops y se cortan ciertos elementos, permite ser la pista donde que despeguen los versos que son aviones capaces de zurcar espacios solo disponibles a la ficción de ziroshima, que se propone tejerse como una selva de datos que solo la escucha repetida puede presenciar.
Siempre es la hora de la quema
La realidad parece a ratos un delirio de los irreales y los que más hablan de lo real son ficción. Entonces la psicotropía se vuelve asunto cotidiano y aparece un rito al moño que viene a servir de estación intergaláctica. En un territorio donde la exploración enteógena data de tiempos sin principio y ha sido practicada ancestralmente, sumado a un Medellín de los 90 en el que las sustancias ilegales dispararon una inquietud psiaconáutica y dejaron formas organizadas de distribución, que aunque permanece ilegal, se vende de formas abiertas y se consume en niveles que no necesariamente se baten entre lo que las encuestas pueden considerar. Por ello para poder saber cómo es la exploración psiconáutica del Medellín cibernético, hay que escuchar. Hay que detenerse no solo en los parques y plazas, sino también en las estaciones de bus, en las canciones, en los antros, ahí donde drogas, licores o plantas son semidioses de una necesidad extraña por navegar el universo sin naves de materia.
En el caso de ZZ, la flor canábica es musa predilecta, compañera diaria, nave espacial. Aunque Antioquia y en especial Medellín son famosos por la nieve, a fin de cuentas siempre serán selva psicotrópica, atiborrada de flores que contienen paraísos secretos. Por eso el rap es aquí ritual psiquico, no adherido a chamanismo alguno y más bien errante, espectral, tejido dentro de una ciudad personal. Ziroshima es un retorno a lo onírico desde una fórmula simple: rap y hierbas. Entonces el micrófono se vuelve una roca de confesión y trance, lugar para sacarse la flema, donde los humos son algo así como un ejercicio espiritual que permite elevarse entre capas de la realidad y en algún momento auscultar lo etéreo, oscilante, intermedio o irreverente del multiverso. Y en ese punto… desahogarse, desahogarse con verdades amargas, con sonidos simples, con un beat, y otro, y su voz, y mi voz, y la de aquel, y la de nadie, en un mundo con más vicios que prejuicios.
Después de Ziroshima
ZZ juega con efectos, su diseño sonoro es sobrio y el sample está casi siempre presente como una forma de su entramado cosmológico. El algoritmo sónico que sustenta su arte se encuentra entre música colombiana, jazz, hardcore, la salsa, varios abismos que son el mismo, momentos lúcidos o sin memoria. Su bomba es como un Big Bang: eco habitable, estela sin alma que se convierte en realidad. Este álbum es entonces tan solo la entrada a un universo más extenso y Ziro tiene el material para jugar más con otros ritmos, otras estructuras, otros procesos, tanto en el DAW, como en la acera o la neurona. Pero también con otras narrativas, con películas más complejas, con formas más elevadas de tejer un álbum. En su voz ya suena el futuro, pero el futuro de su voz quizás sea más interesante, sólo el tiempo lo conformará. Por ahora digamos que este álbum es posiblemente tan solo un presagio no de la bomba sino de ese mundo que aparece tras el impacto. Atentos entonces los oídos, a ver si losgran pasar más allá de la puerta de esta ciudad hecha de eco y conocer quizás otros laberintos de una voz que hace pensar que no hay otra forma que el rap para mantener viva la cepa del nadaísmo
Vagabundo
ZZ es un ninja: se esconde, se camufla entre rimas, es siempre occiso, a menudo complejo y saturado de referencias y figuras crípticas. Aún así su forma de articular las palabras y el humor negro que le imprime a sus tonos, le dan ligereza a su métrica y le permiten fluir en muchos personajes, tantos como los que hablarán en los días y las noches de esa Ziroshima distante, donde el sátiro se las arregla siempre para aparecer entre el festín. No es de ningún sitio y no hay rincón que lo hospede, así que no es de esperar que en Ziroshima se encuentra su hogar. Él permanece por lo general en la sombra, errante en esa ciudad que ni él mismo descifra, con su voz lo suficientemente clavada en la cima de la montaña, como para que la escuchemos un rato más. Ya disculpará el artífice de La Bomba de Ziroshima el atrevimiento de cavar en sus mundo, pero como no hacerlo cuando las esquirlas tras la explosión no dejan de aparecer en la ruta de un oyente desprevenido. Quien sea consciente del rap de DobleZ, sabrá que cualquier cosa que se pueda decir sobre su trabajo, no se agotará jamás en las improvisadas palabras de un servidor como este, que probablemente no lo ha escuchado lo suficiente como para asomarse a las infinitas rutas que se ramifican en cada metáfora que se hace mundo en este parlante. Sigamos escuchando, que la rima no es nunca un archivo cerrado y el oyente no es residente con mapa sino más bien vagabundo sin mapa pero con todo lo demás: el tesoro, el timón, la brújula y la bitácora.
La Bomba de Ziroshima en Spotify