Un bus es un ecosistema
y quienes lo niegan
acuden a dos razones:
o porque nunca han estado
en un bus tercermundista
o porque la ecología
solo se ocupa de los animales y las plantas.
A los segundos les he recordado,
no sin ironía,
que los humanos también somos animales.
Y a los primeros no los conozco,
porque nunca he estado en el primer mundo.
En el bus, como sostuvo Darwin,
solo sobreviven los más fuertes.
Los demás sucumben
ante la brusquedad del freno
la inclemencia del sueño
la altura de los tubos.
También en el bus pueden observarse
formas distintas de habitar:
están los cazadores
que apenas entran
se ponen a ubicar su presa
para sentarse junto a ella, o,
como parecen preferir,
parársele al lado
para presumir de su entrepierna.
Hay otros
que se sientan siempre
junto al conductor,
para entablar una amistad
que incluya subsidio de transporte,
ejemplo preciso de comensalismo.
Muchas son las razones para creer
que un bus es un ecosistema,
pero la más convincente
es que nadie viene al bus
para quedarse
como tampoco al mundo,
y por eso es tenebrosa la imagen
de un bus
sin conductor ni pasajeros.