Un concierto es una reunión de escuchas, donde se condensan puntos de atención a la sonoridad; puntos que a su vez la transforman, la cuestionan, la revelan y le expresan posibles entornos de su fabulación. Nos hemos aliado este año con nuestros amigos de RadioGuau, para dejar registro de algunos de los acontecimientos sonoros que hicieron parte de auditum: Semana de la Escucha.
Jorge Haro
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La obra y el performance de Jorge Haro nos confirman que no es una locura la incorporación del arte electrónico en un festival de sonido y escucha. El argentino nos propone una idea de escucha expandida, derivando el sonido en luz y vibración, en ondas y materialidades ausentes.
La experiencia comienza con su concierto audiovisual «d-music [prototype]», en el que la música es de-construida y re-compuesta en directo a través de paisajes electrónicos estáticos y unos visuales basados en curvas, datagramas y metáforas de datos. Haro logra que lo visual materialice lo inasequible: el margen imposible. Tras la ráfaga de líneas, cortes matemáticos y un drone en ascenso, el blanco inunda todo el teatro, dándole un par de minutos de respiro a la visión inquieta y la mente alerta. Oscuridad en el recinto de nuevo, mientras lentamente escuchamos el inicio de «modul +», con un formato más inmersivo y a la vez minimalista, para aquellos que prefieren entrecerrar los ojos. Esta vez en la pantalla, un aparentemente quieto gradiente monocromático, compuesto por delgadas líneas que sutilmente van aclarándose, como si buscaran de nuevo un teatro iluminado. Esta vez Jorge Haro se concentra en la también sutil transformación del sonido, y explora sus características evolutivas a través de la generación y procesamiento con sistemas modulares digitales y analógicos –como los sintetizadores Buchla 200 y Serge Modular.
Y el teatro inundado de blanco.
Merino
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Normalmente halla uno sus selecciones en los confines subterráneos del rave, entendido por este escucha como un ritual serio, dinámico, dispuesto siempre a la posibilidad del momento y nunca premeditado o necesariamente fijo en sus condicionamientos sónicos. Más bien todo lo contrario, siempre abierto a considerar las cadenas de sonidos desde una narrativa colmada de sorpresas, incluso para el DJ mismo. En este caso Merino no está en un club, ni en un festival con ravers a tope pidiéndole graves en sus pechos. Está escondido en el cuarto de operaciones del domo del Planetario, donde poco más de cien personas atienden cómodamente un viaje sónico que transcurre paralelo a la proyección de la luna en diferentes facetas, lo cual agrega un componente fascinante al proyecto sónico que plantea Merino para la ocasión: un set de ambient con múltiples facetas del género cruzadas de una forma únicamente posible por un melómano de la talla de este selector. Microsonido, grabaciones de campo, drone, sintetizadores, momentos cinemáticos, ciencia ficción, arpegios, elevaciones tonales, cruces de artistas locales con internacionales y una impecable exploración de la curva desde el ritmo que hacen de este set un documento único tanto en la historia de uno de los más polifacéticos DJs de nuestra generación, como en lo que representa para la pequeña pero creciente escena del ambient en nuestro continente. ¿A la espera del siguiente?
France Jobin
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La interpretación de piezas y secuencias microsónicas, ese flujo de partículas imperceptibles a simple oídos, son una especie de transmutación sonora chamánica que logra France Jobin, y que nos sumerge en la inmaterialidad de acontecimientos que transcienden la noción habitual de escucha. La estimulación sensorial dentro de la evidente cúpula, esa que nos recuerda, que nos instala dentro de la matriz primigenia, fusiona la espacialidad con el mito: perplejidad, incluso vértigo, de sentirse inmerso de nuevo en el vientre materno del universo, a oscuras, vulnerables a toda percepción antes conocida y asimilada por nuestro entendimiento, en donde sólo sonidos sin forma, inasibles, abstractos y a la vez demasiado cercanos, rozaban nuestro feto apenas en formación. Una vez abierto ese vacío en la cotidiana sapiencia de nuestro sentidos, sólo queda atenerse a la imaginación inconsciente que vislumbra por ráfagas de tiempo, la apertura de reinos macro-espectrales, infraleves e impalpables, mundos infinitos que fluctúan sobre la tierra sólida que lentamente se desgarra en la sutileza del sonido. Avanzamos hacía el misterio, hacía el eco más profundo del planeta, France nos ha guíado hacía un paisaje que no tiene líneas ni bordes, no comienza ni termina, no hay colores ni astros ni seres físicos; pero está allí, levitando junto a nosotros: es una presencia que viene a desnudarnos ante la abismal perplejidad de las mutaciones indescifrables de la vida.