Los materiales son una extensión de los sentidos y son nuestra comunicación más primitiva. Detrás de una conversación, de una caricia, o de un rascacielos, hay una construcción y un diálogo. No es posible no entender los materiales; no es posible no entender un árbol; no es posible no entender un par de ojos; y mucho menos posible no entender un espacio. La arquitectura extraordinaria está en un edificio o en un lápiz, pero la arquitectura infraordinaria está en una frase o en un perfume.
Toda construcción necesita unos materiales. Nos referimos a materiales al hablar de plástico, hierro, lana, vidrio, pero ¿qué sucede con los otros materiales; con los impensados y con los intangibles? Aquí es cuando aparece el aroma, el sonido y la lengua.
Si hay algo presente y hermoso en la arquitectura es la creación de espacio; no necesariamente como autores de algo inexistente, sino como creyentes de aberturas. Una linda analogía es pensar en la propagación de una onda en el agua al dejar caer una piedra. La piedra que acaba de caer es el arquitecto; la onda que se propaga es la idea y su desarrollo; y el agua es el espacio donde todo esto pudo ocurrir. Si nos detenemos un momento nos damos cuenta que el agua siempre estuvo ahí, es decir, que el espacio siempre estuvo ahí. Lo único que hizo el arquitecto fue dar movimiento, y elasticidad dentro del espacio. Lo que hizo fue abrir una puerta dentro de otra.
Cuando la construcción de una casa se lleva a cabo, el espacio ya existe, y lo que en verdad se crea son dos aberturas: la primera es la física, lo que se ve y se toca (extensiones de la visión y el tacto), y la segunda es la espiritual, la que encierra las emociones, el sonido, el cambio, el aroma (extensiones de la propiocepción, de la audición y del olfato). La primera es realizada con materiales extraordinarios, y la segunda con materiales infraordinarios. Las dos aberturas son la casa.
Pareciera que la segunda abertura depende de la primera, pero de hecho son independientes la una de la otra. Aquí es cuando nos damos cuenta que el sonido y las palabras también son materiales (así como la madera o el ladrillo), y con estos podemos construir una casa, un edificio, y una historia. Con estos materiales es como ir de adentro hacia afuera; primero creamos el hogar y después la casa. Con estos materiales como base de construcción se abre una abertura más: el espacio interno. Un territorio inexplorado y un velero para navegar.
Al construir cualquier cosa con estos materiales es cuando descubrimos esta tercera abertura; esta tercera abertura que somos nosotros, y que nadie más puede ver ni ser. En esta abertura es cuando nosotros somos el agua; somos el espacio que siempre ha estado ahí: la intimidad. La primera abertura (la física) deja de ser relevante, y comienzan a nacer estructuras temporales. Es en esta onda que se propaga y que retumba cuando la piedra cae, donde nuestros sentidos se entienden, se respaldan, se agudizan y cambian lugares. Es aquí donde cerramos nuestros ojos para ver mejor; donde usamos los oídos para percibir textura y temperatura; y donde usamos la respiración para no perdernos. Es aquí donde somos creadores de mundos, y donde de repente lo entendemos todo. Somos la construcción y el arquitecto. Somos la piedra, el agua y la onda.