Anticlinal

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«Un anticlinal … es una formación geológica, debido a las fuerzas que comprime y lo que está adentro puede quedar al descubierto afuera. Siento con mi música que esto es lo que trato de hacer también. Quiero romper un poco lo que es lineal, quiero explorar, regresar, romperlo y hacer alguna otra cosa».Dalt en RA

Bordes

La superficie es una cuestión extraña, pero también lo son esas capas que se sugieren en lo profundo. Pero como hay ratos en los que estamos al revés, entonces las capas de abajo parecen de súbito más naturales que aquellas que pretenden lo evidente del arriba. O al menos se convierten en una superficie en sí misma, incluso más confiable que esa que al revés ya no es tan superficial y se torna lejana, profunda, densa. También enmarañada, incierta, etérea, por eso de nuestra extraña tendencia a pensar la gravedad en un único sentido. Sin embargo, ya otrora insistieron los poetas en la falsedad de semejante afirmación, básicamente porque aquello de lo que estamos hechos, no es solo materia que gravita, por ende la verticalidad nos afecta tanto como la línea de tiempo, y las fuerzas que tiran hacia abajo y nos mueven hacia adelante, se acompañan de aquellas que nos dejan en ningún lado, hacia ningún momento. Al escuchar a Dalt, confirma el oyente que está conformado de muchas cosas que no caen al suelo, capas de nosotros que no se queman con fuego y no reaccionan al agua. Mucho de eso que vivimos, no aparece ante los ojos ni se puede tocar con las manos, pero aún así tanto que vemos, tanto que tocamos, tantas cosas que soñamos en la justa medida de la percepción detenida en cualquier instante de cualquier ruta de esas tierras de voces, ciudades de la escucha donde se transforma lo que se es.

O quizás no son ciudades, sino más bien grutas liminales, espacios entre cualquier capa tectónica, como sugiere la voz meticulosa de una mujer. O tal vez sean solo un movimiento de entrada y salida entre las líneas que separan supuestamente los estratos de lo real. Supuestamente, sí, porque la escucha a veces se revela y se niega a aceptar las fronteras de cualquier sector del mundo, precisamente por esa relación ambigua que mantiene con las superficies y sus misterios internos. Es necesario, entonces, evitar de vez en cuando la tierra para surcar las entrañas del suelo del mundo y permitirse una suerte de sentimiento telúrico en la sensación abstracta y las formas de vida que hablan entre sus propios enredos. Y de la misma manera, necesitamos a veces habitar cualquier espacio como si fuera lo más superficial, lo más directo, porque aunque haya rocas que estén escondidas muy por debajo de todo, siguen siendo la música congelada de quien oye.

En este caso no solo es una oyente, sino una cantora, digna del rótulo: Lucrecia Dalt, juglar de su propia galaxia que no solo entona las raíces de su tierra, sino que logra cavar fondo en sus estratos para reorganizar en lo profundo su propio juego sónico, finamente limitado en su concepto, aunque profundo en su desarrollo, dejando que varios elementos sean libres tanto en la línea del ritmo crudo como en el espacio que se deja para lo intangible. Pieles, capas, órganos, tensiones, fuerzas, rocas, cuerpos, capas, texturas, sentidos, formas, figuras, siluetas, pesos, masas, zonas, silencios. La aleación de Dalt es un soliloquio esquizofónico con delirios cosmológicos en los que aparecen un sin fin de nociones y rutas a la imaginación, en tanto se establecen desde la posibilidad misma del repliegue de lo humano y lo no-humano, del cruce entre la ambigüedad de un área y la supuesta separación de lo superficial y lo profundo. «Qué soy si no un borde», parecen preguntarle a la colombiana en Edge, la canción que abre Anticlines, su más reciente obra.

Si creces con tu propio sentido de ser y de tu cuerpo sabiendo que tanto el espacio como el tiempo están normalmente conocidos por estar bajo tu control, entonces ciertamente todo el espacio y todo el tiempo y por ende toda la historia, arqueología, y herencia, es de tu cuerpo o de ninguno. ¿Podríamos posiblemente tener acceso a una nueva forma de conciencia? ¿Cómo traspasar ciertos bordes y fronteras, una piel por ejemplo, y ser capaces de vivir nuevas formas de subjetividad, o de acción interna? ¿O podríamos al menos hablar sobre la apropiación del cuerpo? Es eso lo que estaba tratando de explorar en ‘Edge al usar ese mito.» —Dalt en AQNB

Música especulativa

Sin llegar a proclamarse como una suerte de realismo, y más bien sabiendo disfrutar de la zona intermedia entre la roca y el sueño, Lucrecia logra disponer del onirismo y la ciencia al mismo tiempo para construir pasajes en los que música y teoría caminan juntas de tal forma que la especulación se abra en la escucha y, más que condicionar al oyente en una ruta concreta, le incite a caminar en sus incógnitas, le genere una curiosidad por esa tierra que nace entre sus formas de vida. Logra así jugar Dalt con las capas de su propia ontología, sacando provecho de la manifestación acusmática para velarse a su manera y dejar que la voz no se sienta únicamente limitada a su forma, y contrario a ello se exponga como un entrelazamiento de mutaciones, que sin llegar a una ezquizofrenía, pueda romper la individualidad hacia una multi-dimensionalidad. Para ello recurre magistralmente a un intersticio de la palabra hablada y la cantada, a menudo sirviéndose del vocoder para desterritorializar su propio timbre, incluso su género, en tanto semántica y fonéticamente logra conducir al oyente a un entorno ciborg donde la preocupación, aunque íntima, no se vuelca sobre la condición subjetiva, sino que se manifiesta sobre las intenciones musicales que revelan un contexto alien, íntimo y exterior al humano al mismo tiempo, de tal forma que emerja una conversación entre objetos pesados o intangibles, ecuánimes en el diálogo que sostiene el ritmo.

Líricamente Dalt es críptica pero especulativa, oscura en la alegoría pero a la vez profunda en la posibilidad literal. Es un juego constante entre la paradoja poética y la perspicacia teórica, sin dejar los vacíos necesarios de la voz donde los instrumentos recuerdan que se trata de un álbum musical y no de un mero texto entrelazado con ruidos. Así las rutas que propone se trazan como símbolos concretos y delicados que generan una suerte de ciencia ficción donde logra Dalt ser extrañamente intimista y universal al mismo tiempo, escapando así de una línea específica de tiempo para reforzar el potencial narrativo que implica una manifestación sonora más fragmentaria, propicia para una verticalidad en la escucha que sin duda nunca se había presenciado así en alguna voz de nuestras tierras.

Ego etéreo

Esta especie de paradoja no logra difuminarse del todo en tanto la voz de Dalt aparece para reafirmar su ego, que aunque indeleble, logra mecerse en las letras para darle un giro místico a lo que pareciera a veces una especulación científica, logrando una especie de salida al correlacionismo musical, de tal forma que el ego no sea ni el centro ni el espacio donde todo acontece, sino más bien un vocero de eso que sucede fuera de sí. Por ello es que si Lucrecia Dalt es dueña de un arte, no será del sonido sin necesidad personal o de la música entendida como expresión meramente limitada a los cercos típicos en los que deambulan los tropos, las figuras, los temas, las ecuaciones o las ideas de géneros de toda clase, sino más bien de su propio método de, simultáneamente, ahondar y alejarse de lo que parece componerla.

«A fleshless meandering
An organless freedom
A sharply delineated fog
An airy ego
A warm cloud» (Edge)

¿Raíz o rama?

Esto último se hace evidente especialmente en su forma de tratar la música tradicional latinoamericana, su tierra, dentro de los confines de otras modalidades heredades de la música electrónica clásica, logrando fusionar su contexto natal con esa otra sonoridad que la ha solicitado desde hace años. Tal vez es por esta razón que Lucrecia Dalt suena tanto a una línea nueva e inesperada, como a una senda que parece haber previamente recorrido, o al menos una donde se recogen esos datos de la carretera o de la jungla, del concreto o de la eterealidad, de su propio ser o de su desprendimiento del mismo. Dalt se atreve por ello a canalizar un ser abierto, usualmente guiado por una concreta determinación conceptual desde la cual suele construir su ficción sónica, cuidándose inteligentemente de no saturarla con su propio pensamiento. Sus letras suelen ser difusas, inesperadas, consecuentes con su ego aéreo, como ella misma lo menciona en una de sus canciones. Su voz parece no representar nada y más bien se preocupa por incubar impulsos de un sujeto tan volátil, que si no fuese por los confines de la memoria en los que se siembran sus palabras y sonidos, no habría forma de asirlo. Tiende ella a una acusmática moderada en la que su realidad como mujer pereirana que vive en Europa, se vuelve simplemente una fuente de energía para ese ser sin espacio, sin tiempo, sin gravedad, y aún así con tantas capas como el suelo mismo que pisa.

Cine ciego

Los últimos experimentos sonoros de Dalt han estado influenciados por una idea cinemática de la música que Anticlines nunca deja de lado. Su labor de composición es por ello también una magistral muestra de diseño sonoro colmado de una ejecucion sonica ejemplar, llena de misterio y audacia sin olvidar la claridad y la presencia necesaria para embrujar el horizonte de cualquiera de las escuchas que parecen habitar la mutacion infinita que propone su ciencia del timbre. Su sonido configura entonces no solo múltiples influencias, sino una esencia particular de escultura y verticalidad, no tanto por pretender mera originalidad como sí por estar destilada de figuras típicas y formas lineales que suelen ser zonas comunes en este tipo de procesos experimentales. En otras palabras: No es una música que pretenda una sola cara. Más bien busca formas y gestos hasta encontrar, en la ciencia abierta e inconclusa que plantea, las figuras necesarias para edificar paisajes siempre aptos para la soledad de un oído.

Tocar como las atmósferas

Dalt establece entre sus parámetros musicales una alquimia conceptual que juega tanto con las masas que implican sus voces y sus manos, transformaciones entre las metáforas y las descripciones directas… Éter, brea, agua, amor, respiración. Coexisten conceptos y objetos de una forma siniestra pero seductura, capaz de atravezar limites categóricos y ahondar en la presencia de capas sónicas, aquí suelos, pieles, fronteras, que dice Dalt (no) encontrar:

«We never could locate a skin or boundary
There just ain’t nothing to press or be pressed by
There was a momentary dip in the air pressure
When passing from one body to it’s other
One body to it’s other

We had touched as only atmospheres touch.
We had touched as only atmospheres touch.
We had touched as only atmospheres touch.
We had touched as only atmospheres touch.» (Tar)

Ambient

Es interesante tratar de encontrar el espacio para un trabajo como Anticlines, en tanto en su contenido mismo plantea una suerte de espacio intermedio, una dimensión hipnagógica, extrañamente compartida entre textura y ritmo, entre música de fondo y aquella propicia para la exploración de intersticios de escucha sitios en los que la mente nunca logra prevenirse. Más bien permanece incauta, suspendida en drones que se rompen como ciclos de sintetizadores aunados a sonidos de una factura eminentemente acusmática, irreconocibles, imposibles de conocer en términos de una escucha causal y más bien enterados de la suspensión que propone lo atmosférico. En este sentido, es interesante la exploración que hace Dalt fuera de la típica fusión de lo latinoamericano desde figuras forzadas y literales con la tradición, en su caso entendida más desde la abstracción que implican los patrones rítmicos y melódicos y no tanto de las formas cliché que se radican en una determinada cultura.

Soñar la vigilia

Susurros, murmullos, arpegios, extensiones de la voz, misterio sonico, profundidad subterránea o evidente. La riqueza es aquí atmosférica, dominada por criaturas sintéticas fruto de un diseño sonoro que parece a ratos un libro de ecos, un juego de microsonidos que exprime por igual la escucha semántica y las posibilidades reducidas que subyacen fuera de la misma. El diálogo de Anticlines parece cruzado en una rizomática relación de metáforas, bordes, percepciones, capas y sentidos que no son otra cosa que posibilidades del auditum entendidas como diferentes escuchas que colapsan para entregar un profundo concepto que atraviesa todo el álbum; una suerte de exploración cibernética de alegorías con la materia, el cuerpo, la realidad, el espacio y la tierra. Profundidad poética hallada directamente en una jerga de ingeniero bajo la consideración de una voz más bien intangible, resultante de filtrar el mundo a partir de sus preguntas, las cuales Dalt nunca responde, aunque tampoco sostiene por mucho tiempo: su querella parece ser precisamente la disolución constante, el intersticio que nace de la consideración de las capas que van surgiendo las transformaciones inevitables de ese suelo mutante sobre el que parece apoyarse una piel aún inédita como la del ser humano.

Analogue Mountains

Hay un momento donde se confunden todas las cosas: todas parecen solo vibraciones, eso que parece pesar pero a la vez se manifiesta sin gravedad. Momentos en los que los ecos, que parecen no caer al suelo, terminan siendo masas extrañas en la oscilación de los días, como si pensamientos crearan mundos a la hora de escuchar y las montañas de un valle no se diferenciaran mucho de las de una forma de onda. Dalt construye espacios donde la señal digital, la analógica, la materia sólida, lo gaseoso, la masa del pensamiento o los estados intermedios de la vigilia, se combinan.

Concentric Nothings

En el LAB3 del Museo de Arte Moderno de Medellín se pudo escuchar hace unos meses una versión para 8.1 de la pieza «Concentric Nothings». Es una experiencia que no solo evidencia la cualidad cinemática y envolvente de la magia de Dalt, sino que además plantea otra consideración de sus posibilidades conceptuales, en tanto la voz se repliega en múltiples altavoces, reforzando radicalmente la percepción de voces diferentes que develan direcciones temporales o figuras dentro del espacio que le permiten una profunda abstracción fuera del estéreo. Deja aún más clara la estructura evanescente que plasma la ciencia sónica que acontece en Anticlines.

Voz vertical

Es extraño pensar en las figuras musicales de Dalt, puesto que muchas veces parecen más bien definidas no tanto por signos de un lenguaje preestablecido sino más bien líneas embrujadas por la inefabilidad de la antiforma, de abstracciones de la vacuidad, paradojas no con el sentido de las cosas sino con su ontología misma, esto es: con su forma de ser, con su manera de estar, aquí lejos de la secuencia tradicional y cercana a lo vertical de la mutación. Tal vez por eso la música de Dalt altera la sensación de la gravedad: para desestabilizar la condición de los cuerpos como figuras predeterminadas. Por alguna razón la voz trasciende la mujer y se acerca al ciborg como posibilidad propicia para expresar asuntos relativos a capas difusas, donde no hay un botón por presionar ni hay quien presione el botón. La vida transcurre despacio, a ratos acelerada sucede también con la frecuencia de algún oscilador, la envolvente que aparece y se esfuma a su antojo, o las palabras que buscan decir pero a fin de cuentas no terminan atrapando nada: más bien se sueltan y dejan en el ambiente una suerte de mutagénico destilado directamente de raíces rítmicas del mestizaje que de por si es una consideración polivalente del tiempo y en ese sentido del timbre, de la variación de las formas sónicas en su sutileza, en su construcción desde el silencio y el microsonido hasta la complejidad de las estructuras y los sentidos que lo escuchado llega a albergar.

Tar

Una melodía le pregunta al ritmo sobre el infinito y le abre paso a la otredad sin piel. Formas etéreas, gaseosas plasmadas en los sentidos de la poesía, pero ejecutada con la forma extraña de lo delicado una vez es sometido al misterio. Dalt es meticulosa y estricta con su cerco conceptual, pero de alguna forma no se siente cerrada en la profundidad de su expresión. Sus estructuras siempre suelen sorprender con cambios repentinos y variaciones del ritmo de las que a veces el oyente se percata solo a las varias escuchas. En Anticlines los sonidos pueden entonces permanecer en órbita, pero también mutar, expandirse o esfumarse a si antojo. Se delinean pero conservan un aura particular, que puede remontarse tanto a la experimentación del spoken word, como a figuras del early electronics o incluso someterse a la rigurosidad de un ritmo tradicional colombiano. Es música electrónica de capas, porque habla de capas, se arma de ellas, se establece como los suelos de un planeta. Anticlines es una obra capacitada para absorber la idea misma de los límites y géneros para disponerse a la experimentación abierta de lo que sucede ante el oído y se manipula al escuchar el decir, ambos en este caso conjugados para expresar una misma sensación: la de vivir lo etéreo y lo concreto en la fuga misma de sus fronteras, como respirar el infinito sin tan siquiera irse de la tierra.

Anticlines en Spotify

Miguel Isaza M

Cosa oyente y parlante.