Crónica de una máscara entre montañas

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Oriente

Uno se da cuenta que algo diferente está pasando cuando lleva ya más de cuarenta minutos en un auto, atravesando túneles entre montañas, vislumbrando cada vez más lejos la ciudad, hasta perder por completo la noción de esos edificios y esas fábricas y esas monedas y esos alaridos y esos rostros. La única meta: la premisa de una faena sónica inolvidable, a manos de alguien que se enmascara para sonar de una forma en la que por algún motivo se cristalizan funciones del techno contemporáneo y nos permiten a su vez entender cómo se acoge, se piensa y se expresa esto entre las montañas antioqueñas.

Pasado el sexto retorno en la carretera, nos adentramos entre árboles que poco saben de cajas de ritmos pero de alguna manera comienzan a tejer el escenario donde ya la música se siente entre pulsos opacos, aparentemente distantes pero profundamente magnéticos. Nos vamos acercando y el bucle llega a retumbar hasta una esquina en la que espacios armados de frecuencias graves y algunos destellos entre ramas, nos dicen que hemos llegado.

Llegado a donde nos iremos, quizás; a ese portal de escucha. A lo lejos se vislumbran unas luces y un laboratorio mezquino donde parece ya estarse cocinando un mundo para el baile. En la entrada del lugar convergen grupos de diferentes municipios, configurando una amalgama fascinante en la que se cruzan miradas combinadas en el tiempo; todo tipo personajes y siluetas, en su mayoría con el cuerpo ansioso de movimiento. No ha salido aquel enmascarado y ya juegan nuestras máscaras, como las de un ritual de antaño, aquí actualizado con unos cuantos artilugios del siglo pero a fin de cuentas pensado para lo mismo de siempre: una escucha honda que mueve el cuerpo, crea mundos, estalla otros, diseña otros, protege otros.

Ante nosotros, entre nosotros, cientos de oídos moviendo el cuerpo y la mente. Una finca, una cancha, árboles, una piscina vacía, y una nave central de operaciones, equipada con pantallas en asterizco y un sonido digno de la ocasión. El ambiente visualmente, sin embargo, parece importar poco. No se percibe una intención de posar, mirarse y hacer amigos. También ese tipo de asuntos sociales estarán implícitos, pero aquí son segundo plano: se viene directo a la música, directo al drama, directo a la comedia. Se viene al baile.

Raíces

«Oriente’s Crowd Comunity (OCC) es la unión más reciente de artistas en el oriente. Somos la única movida techno, y somos respetados por seguir siempre nuestra propia corriente, y por ser innovadores e idealistas a la hora de realizar eventos. Creemos firmemente que uno debe tomar la cultura electrónica y acoplarla a su región. Con la música honramos a los verdaderos creadores de este giro, y es un hecho que con cada evento se suman más asistentes.»OCC

En general da la sensación de que está pasando algo único pero al mismo tiempo se trata de un encuentro recurrente, de una comunidad que tiene ya una historia, donde no solo se reconocen unos y otros, sino esa ficción sónica que han ido forjando entre sí: artistas, promotores, público. Parecen abundar los recuerdos compartidos, muchas memorias sonoras, danzantes o distópicas, o ambas a la vez; muchas formas que se encuentran en una celebración de nada menos que cinco años de un esfuerzo por adentrarse en la música a oscuras, sin un impulso diferente al de establecer un camino a partir ésta, sin importar lo que se oponga, si la familia, si el contexto, si el dinero. Hay algo interesante que caracteriza a OCC: los DJs locales que acostumbra no provienen de un lugar en particular y en muchas ocasiones son tratados como si de un artista internacional se tratara. Hoy parecen reunirse conocidos de la casa y selectores de quienes se nota una confianza por cómo manejan la pista, enhebrando el espacio cada vez más nocturno, cada vez más eufórico, cada vez más hipnótico, donde se esperaba un espectro llamado SNTS.

La máscara

Los locales ya han logrado crear una atmósfera asombrosa en una serie de b2b impecable donde beat tras beat es más fuerte el rumor de la máscara de SNTS, un ente hecho del resurgimiento de las cenizas de un hombre. Su concepto abarca la idea de taparse la cara para ser otro, para renacer, para enmendarse quizás. Morir entre dimensiones para resurgir. Se pregunta por el origen de la luz, suena en la neblina y deja que en el suelo se agiten las raíces. Su sonido es sentimiento en contraste con la carne, es víscera y mente, juegos con el revés y la máscara. «SNTS forman las iniciales de 4 palabras muy importantes y fundamentales, palabras muy identificativas con la personalidad y el sonido», dice. Y aunque parecería anónimo, aquí no lo es. No solo porque es fácil saber quien hay en la máscara, sino porque no se trata de quien está detrás. SNTS no es un anónimo, su identidad es su máscara. Aquí el N.N no es la cuestión. La máscara no parece valorarse tanto como un bloqueo de identidad sino mas bien como la posibilidad de abrir espacio para una diferente, haciendo del hecho de enmascararse una incitación a la ficción sónica, esa que nace puramente en la escucha y no necesariamente bajo parámetros controlables de quien la porta, en este caso SNTS mismo.

La ficción de lo oculto

La idea de la máscara se sale de su control porque son aquí los oyentes los que en gran parte sostienen el artificio, como en todo show. Lo llaman pacto ficcional y consiste en el hecho de no cuestionar la legitimidad de lo que acontece en tanto se mantenga su apreciación dentro de sus propias variables. Es decir, no sacar las cosas de su contexto porque si uno ve una película no pensando en el personaje sino en el hecho de que es un personaje falso, interpretado y actuado, no entendería nada y solo sería una falsedad. Por ello aquí no se trata de quien haya detrás de la máscara sino cómo ésta, su performance y manifestación, es asumida colectivamente de una forma en la que podemos apreciar un pacto ficcional de la escucha, del baile, del sonido.

La máscara finalmente aparece y es entonces anhelada, enaltecida y mirada, venerada, esperada, buscada, construida y lograda. Son muchos los verbos que la persiguen y ella misma parece un extraño punto de conexión entre las personas y esa ficción, fundada aquí en sombras que sutilmente aparecen para hacerse con una silueta mitad rumores oblicuos y mitad una forma viva, medianamente danzante y poderosamente resonante. Las personas aquí parecemos estar todas de alguna u otra forma hipnotizadas o llamadas por la idea de este sujeto, y su máscara parece funcionar a ratos como un espejo: de lo que tememos, queremos, sentimos, soñamos, oímos…

Eso sí: no todos parecen percibir el mismo ser, no solo por las típicas implicaciones de la subjetividad de la experiencia sino porque la consideración colectiva tiene diferentes apreciaciones del fenómeno y es quizá consciente de capas diferentes de la experiencia y sus intenciones con ésta. Habrá quienes ni se interesen por el hecho de que sea específicamente ese artista. Otros ven en el rostro de algún mesías o escuchan en sus beats el rumor de un señor de otras tierras que trae trascendencia en la resistencia del sonido y el baile. Lord de la noche lo llaman también, como un conductor de almas, cuasi chamán cibernético que entre oscuros drones, frenéticas máquinas y cortes inesperados, genera una dinámica que no cualquiera mantendría en pie.

El asunto de la oscuridad, la máscara y el ocultismo termina siendo solo un pretexto para hacer de otra forma lo mismo: bailar, sentir, trascender. Eso sí, aunque sea lo mismo, la experiencia siempre es diferente, y es donde el asunto de la oscuridad, la máscara y el ocultismo termina siendo un pretexto para hace de la misma forma lo otro: quedarse quieto y saberse en ningún lugar, como un sonido.

Climax

«Entre el Industrial, el Ambient y el Dark Techno el enmascarado se dio a la tarea de regalarnos una experiencia expresada en euforia, gotas de sudor y una inexplicable sensación de libertad constante donde dejó de tener cabida cualquier preoupación. Utilizando fórmulas estudiadas que tenían repercusiones efectivas inmediatamente, SNTS demostró ser un absoluto genio de la generación de percusiones y atmósferas cargadas a través del transcurrir de los beats, ideas que iba inventando en tiempo real e iba sumando de a pocos hasta fusionar todos los elementos que fueran necesarios para que la llegada del clímax diera la sensación de que todo iba a explotar.»OCC

Tras la máscara

Lo curioso de las máscaras no es tanto que ocultan una identidad sino aquello que ubican entre esa y otra que crean, donde se evidencia que las máscaras no son solo para tapar una cara o crear otra, sino para abrir una grieta entre ambas. Aquí detrás de la máscara hay varias hipótesis pero no nos interesan. No vemos nada sino una máscara, y aunque es probable que tras de ella se ubique aquel que se rumora, no es nuestro interés discurrir sobre ello, básicamente porque en último término él solo es el conductor de un ritual y lo fundamental es lo que permanece: la comunidad. Puede detrás de la máscara haber un bandido, un genio, un sello entero como algunos dicen, o simplemente nadie, y da igual, al menos a la hora de la escucha.

La máscara es a fin de cuentas siempre la misma y la llevamos todos puesta. Quizás surge de esa extrañeza que genera la soledad y nos hace clones de otros clones, como soñadores que son ellos mismos soñados. O quizás, también, surge de esa fascinación que genera la soledad y nos hace únicos, como cada movimiento del baile, como cada beat, cada mirada, cada cruce, cada máscara. O quizás, en última instancia surge de esa imaginación que genera la soledad cuando al cerrar los ojos todos se hacen anónimos y solo queda la experiencia acusmática, donde nadie está tocando, donde no suena algo llamado música, donde ni interesa el nombre de la pista ni la idea de algo diferente a la carencia de ideas como espacio para que entre el sonido sin más.

Drama sónico

Drama, drama, drama. El teatro de las formas se revuelve y los sonidos pelean entre sí,  o quizás los oídos, o quizás los corazones. Pero unos tapan a otros y se generan espacios donde la masa de resonancias es tal que el cuerpo parece disuelto, liviano, simplemente atento a vibrar, con cada átomo de materia queriendo ser átomo de sonido. Las frecuencias se absorben entre sí, se funden y se llevan el aliento. Cada beat no entra en el aire sino que rompe el mundo, arma el mundo. El teatro de las formas se ordena y los sonidos hacen las paces; aparece la armonía. Pero luego esta suerte de orden se enmaraña de nuevo y las estructuras se desarman para dar paso a otros ciclos del péndulo. Hipnosis de la hipnósis. Son ya muchas las máscaras, son todas las máscaras, la suya, la mía. Nadie baila, nadie suena. Aparece techno de muchas rutas y colores pero nadie baila nada. Todo se ha vuelto oscuro y ya solo existe el sonido.

Atemporal

«A veces hay cosas un poco complicadas de explicar o argumentar, lo qué sucedió esa noche en oriente, es una de ellas, es una combinación de emociones encontradas, un ritual, en la mejor de sus definiciones.

Una noche en la que un montón de desconocidos tomamos el mismo rumbo y dejamos atrás todo, porqué eso es básicamente lo que sucede cuando estas extasiado por la música, que el tiempo deje de existir y que tu mente se pierda a donde deba hacerlo sin importar nada más qué eso, tu propio ritual.» – Emmanuel

Ocultar el techno

En la invisibilidad se sienten entonces nuevos ambientes, otras atmósferas, el callado y placentero rumor de un oyente cuyo cuerpo se ha hecho sonido. Porque qué vamos a inventar: es siempre glorioso el punto en el que la música, y en especial el techno, se torna más acusmático, es decir, más escucha, más mero sonido y menos imagen, menos causado o atado a las ideas. Techno acusmático es techno únicamente escuchado, entendiendo la escucha tan inmaterial como física. Es techno invisible, sin causas, sin artistas ni categorías. Es techno intangible, oscuro, del que no hay mucho por ver. Es techno enmascarado, adrede, oculto.

Hay en estas experiencias de escucha siempre un momento bien particular en el que  no hay este o aquel, donde no hay semana en la cabeza, donde no hay incluso alguien tocando. Ese momento de plenitud en la música, donde el ritmo siempre es ritmo de la vida. Hay en el techno una forma escondida de pasividad y lentitud. En una música de acelerados beats por minuto, en semejante éxtasis colectivo y con una masa de sonidos de un tamaño como el de ésta, parecería imposible el silencio, la quietud y lo lento; pero no, es mera cuestión de escucha, porque en el tiempo toda la canción es un solo beat, todo un concierto se encapsula como un leve sonido recordado y, la vida entera de una persona igualmente podría oírse como un eco solitario.

Así el techno puede escucharse, bailarse mentalmente a ratos. En otros la efusividad corporal domina los contornos de las ideas. Pero en ultima instancia siempre es una danza conjunta, entre lo que se toca y lo que no, entre las fantasías y las realidades, entre aquí y allá. Ambas duran a su antojo y se presentan a su antojo, cuando se trata de la sonoridad. Tal vez es esa la razón por la que en un tejido colectivo de sonidos y personas es posible quedarse quieto y percibir tan silencioso el silencio. Si no, no habría distinción entre los beats, sino no hablaríamos de curvas y movimientos en la secuencia de sonidos ni de los delirantes encuentros de los tantos calores de los tantos cuerpos de un cuerpo. Si el silencio sonara, la música sería ilógica.

Cuando el techno yace oculto, solo se oye. No es live set, no es DJ set, ni siquiera es sonido como tal. Es pura escucha que hace mundos y mueve mundos. No importa el nombre de la pista, no importa cuanto lleva el loop, no importa donde se está, no importa quien está tocando. Solo se oye un techno oculto entre lo que le solemos poner encima a la música. Trance profundo y tras la cortina emergen objetos sinestésicos, sonidos nuevos, sonidos sin sonido, espacios extraños y una constante sensación de volver a comenzar algo que parece acabar. Es quizás la intensidad acusmática de encontrarse escuchando sin cuerpo ni mente y únicamente formado por la volátil sustancia de los sonidos.

Embrujos

«Fue un experiencia siniestra, la presencia de ese hombre es super fuerte, la manera en que toco fue muy hard techno con toques acid, mas el ambiente frío y rodeado de naturaleza, ¡que hpta combinacion! Hay momentos en los que no recuerdo que pasó, y eso que no estaba tan drug. Creo que absorbió mi alma y la llevó a ser parte de un ritual. Es ahí cuando veo y noto que ésta música no es para todos, y que lo común y cotidiano aburre; lo raro y diferente en muchos casos atrapa….« – Valentina

Hipnotismo psicofísico

Aquí el baile no solo denota acrobacias de la materia, sino también viaje psíquico, psicodélico para algunos presentes, en el cual se establecen no solo movimientos y danzas mentales sino formas aduales en las que el cuerpo y la mente trascienden comunitarias manifestaciones. Se revela el revés de la una y el de la otra, a la vez enmascarando a la una y la otra. El baile se vuelve oscilación, movimiento psicofísico, exploración de la forma como danza, no solo con el cuerpo en el espacio material, sino como toda la vida encapsulada en las manifestaciones del ritmo, el pulso, el instante, la sensación, el corte, la curva, el bucle, la continuidad, la resistencia. El techno tiene algo particular por su hipnotismo, que no está solo en la sensación de ondas elásticas en el cuerpo sino en el sentido de ser un baile mental y sopesar el andamiaje dinámico, onírico e imaginario que se expande una vez se rompen los límites físicos que inadecuadamente tendemos a agregarle a las palabras. Esto genera una sensación inevitable de conexión inmaterial, donde todos de alguna forma aparecen bailando en una misma dinámica, aunque manteniéndose como singulares dinámicas. Es quizás como funciona una tradición espiritual en su sentido más primitivo y pragmático: en torno a un ente superior, aquí el sonido, una comunidad establece una serie de ritos para evolucionar, transformarse o simplemente habitar de acuerdo a la cosmovisión que la práctica misma le imprime. El techno crearía acá una dinámica para hallar en el sonido una suerte de máquina religiosa, sin necesariamente hacerlo religión.

Gentes

«Un cacho de luna sobre decenas de gafas de sol: tornasoladas, transparentes, oscuras, ocultistas. Una inacabable fila de mujeres, y las ansias. Pasamontañas, parceros y pepas. El falso aviso de lluvia que cae sobre las gorras y capuchas, sin oportunidad alguna de interferir en el rito. Silbidos. Imparables, los sonidos arriban como una estampida que incita a los cientos de pies a seguirla, cazarla. Ecos, escotes y encaje. Entre kicks atropellados, van y vienen sintes vociferantes, fantasmagóricos, como el pasar –de mano en mano, de sonrisa en sonrisa– de aquellos pequeños tarros que prolongan el resonar de la noche. Más silbidos y el vértigo. Oscilantes, texturas del abismo y voces que aúllan por ser escuchadas. Repetición hipnótica entre porros, una mirada de reojo, y muchas máscaras. Caos, cigarros y cuero. Una multitud de voces tan ajenas y rostros tan desconocidos como el de quien suena. El viento de la montaña entre ombligueras, pantalones caídos y camisetas anchas. Gritos al unísono y una calavera fumando en las consolas. Silbidos y tres haces de luz. Bocanadas de frío y humo, un bonbonbum y un par de manos danzantes seduciendo a otros ojos. Plones, pasos y pases. El canto de los pájaros amanecidos y aún el ajetreo.»  –  Rossana

Escucha mística

Que el techno se haga más acusmático es que se reduzca a la escucha, al menos que la sitúe en el punto central de la experiencia. Una vez cada persona conecta su escucha con el DJ, algo mágico sucede y puede ser quien sea bailándole a quien sea y no importa. De hecho importa más volverse “quien sea”, volverse un cualquiera, volverse uno más. Porque este baile es sin bailarines, sin pasos, sin trucos, sin formas previamente fijadas. Todo el mundo baila programando su cuerpo tan diferente y todo el mundo resulta ser tan diferente que todos se terminan encontrando en el hecho común de estar haciendo algo que, aunque parece diferenciarse, es en realidad la misma acción: movimiento desde la escucha, la que no es solo oreja sino vísceras y razón, porque la escucha pone a bailar lo que sea: un pensamiento, un miedo, una persona, un cuerpo, un sueño, dos miradas o un silencio. Todo baila en el momento en el que la escucha se pone en el centro. Porque la escucha, hecha de silencio, que no es centro, permite un centro común. Y porque la escucha, al ser silenciosa, abre espacio a la euforia y la hipnosis, dejando a la deriva los cuerpos mismos, algunos perdidos en los infernales espacios de sus patrones ocultos, otros entregados a la felicidad de sentir como nunca una canción. En última instancia sean cuales sean los pasadizos por los que cada uno se adentra, termina siendo un punto desde el cual podemos conocernos en otras perspectivas y asumir la música religiosamente.

Psicosis

Hay, por supuesto, espacio para la amnesia y el delirio, donde la epifanía se vuelve laberinto o la sensación corporal no es baile sino náusea. En el fondo será el mareo que llevamos dentro. O quizás un dolor de otro, del que uno es espacio por unos segundos o canciones. La noche se extiende en la densidad. Fármacos en muchos, y ellos en ninguno. Puntos escondidos, rutas ineludibles, encuentros algunos no tan agradables y en el fondo, el mismísimo purgatorio. La música invade, corroe y destruye todos los disfraces. Se siente uno tan perdido como ubicado, tan pleno como tan incauto ante el sonido. ¿Dónde estoy? ¿Quién soy? ¿Para qué toda esta parafernalia? ¿Qué buscamos con tanto ruido? Hay túneles en el tiempo que se escapan a lo posible en estas palabras pero algo de ello se podrá reunir en la secuencia: circunloquio, inconsistencia, asombros, un cuadro de nadie, las muchedumbres de adentro, los espacios que nada salvo la música ocupa, una semana hecha de semanas, la ansiedad ante un beat, el embrujo de los árboles, un par pájaros que corren a la par de un arpegio, Antioquia, latas de cerveza sin cerveza, caras alegres, miedos, caras tristes, más asombro, y más inconsistencia, y mas circunloquio: entrar en el bucle, asumir la máquina, transgredir el límite de la verticalidad, y suspenderse: sentirse siendo nadie, sin máscara alguna que la tragedia de saberse sin máscaras. El panorama emerge demoníaco y los pensamientos no quieren al principio danzar, pero será cuestión de minutos para que se expulsen y queden como cualquier rata en su primer alcantarilla: feliz en el fango, sabiéndose nada, rebajado a un baile, tan frágil como una melodía, tan fugaz como un cambio de canción, emergiendo ante una luz acusmática. El techno que aquí se vive es en el cual sigue presente la pagana tradición de hacerse música, con todo lo que implican sus disonancias y trascendencias; con sus tramas, sus poemas, sus dioses y penumbras. La música vivida como cosmovisión.

Culto

Entre todas las escenas de música electrónica que han surgido en Medellín, sin duda el techno en diferentes vertientes puede considerarse como la que ha forjado un culto más particular. Entiéndase culto y no popularidad, entrega y no masificación. Claramente no será el género más escuchado, menos si tenemos en cuenta que sucede en la pretendida neocapital del reggaeton. El techno, por alguna razón, ha suscitado una inquietud profunda en ciertos adeptos, colectivos, DJs o promotores que no solo han ido creando eventos, sino desarrollando una escena, aquí no entendida bajo la aparente homogeneidad del término porque no es una por ser unitaria, sino por suceder en un lugar y en torno a sus variables. De hecho es una escena diversa, cambiante, donde convergen personas de diferentes procedencias.

Comunidad

«Queremos que para ese entonces los artistas nacionales e internacionales se sientan en una confianza tremenda con nuestro colectivo que les garantice que siempre que vengan a mostrar lo que hacen tendrán un espectáculo con el que quedarán satisfechos, al igual que lucharemos para que nuestro público siempre tenga por seguro que recibirá descargas musicales sorprendentes cuando asista a una de nuestras experiencias. Buscamos en 10 años continuar contribuyendo de cuenta de todos nuestros talentos al crecimiento cultural de la región y conociendo otros colectivos y entidades que quieran alcanzar nuestro mismo objetivo para armar un equipo cada vez más potente al trabajar de la mano con ellos. Esperamos para ese entonces haber abierto muchas mentes hacia la Música Electrónica, haber llegado con ella a muchísimos espacios nuevos, y en resumen haber dejado un mensaje que quede marcado en la historia de nuestra región.» – OCC

Dentro de todo, entiende uno algo fundamental: es importante juntarse a oír, porque es definitivamente en la energía colectiva, en el ritual sobre la hierba, en la amplificación del PA, en toda la ficción sónica que se expande en la colectividad, donde la escucha se manifiesta. Ya lo decíamos hace unos días: culto, cultivo, cultura. Y habría que agregar otra, donde incluyésemos lo que vendría a ser el núcleo de todo lo que está hoy sucediendo con la escena electrónica en la región, y de la que OCC es sin duda un ejemplo: comunidad.

Saywa

Rossana Uribe + Miguel Isaza. Alquimia audiovisual: sonidos, imágenes y palabras entrelazadas en la maraña de la red.