Crónica de un live sin rostro

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I

Ingresa uno viendo pero termina cerrando los ojos sin darse cuenta. El corredor es oscuro y una puerta separa una calle en Medellín de un club que parece aquí más un templo cibernético donde se reúne de todo tipo de mundos para buscar quién sabe qué otros mundos, huirle a quien sabe qué mundos o simplemente olvidarse de cualquier mundo para entregarse a una hipnosis en la escucha y su baile, en una intensa tensión psicofísica.

Al atravesar la puerta, una luz roja se cuela entre los primeros rastros de los congregados a escuchar a W.I.R.E., quien por el momento no se ve y únicamente se vislumbra desde el resonar de las paredes con una sepa extraña de techno que no se imaginaría uno que está surgiendo en vivo, hecho por alguien que habita estas tierras pero quién sabe de dónde aterrizó.

El siguiente paso es ingresar entre cuerpos en movimiento para conocer al ente que parece estar en el núcleo de esa enigmática e incesante sonoridad, ese ser misterioso que publica en el anonimato una muy singular forma de ficción sónica, cuyo live set parece hasta el momento ser toda una fiel muestra de un organismo con una capacidad de escucha y alquimia sonora asombrosa, cultivada quién sabe dónde y durante quién sabe cuánto tiempo, pero contundente a la hora de plasmar ecos jamás escuchados y menos en esta ciudad. La pregunta era si se iba a ver o no, si habría una persona en sí, pero, en una sensación como entre quien no se espera lo que va a pasar pero en el fondo lo sabe, no había nada que ver: estaba tocando una sombra.

II

Nadie está tocando nada: módulos, computadoras y controladores, con sus luces y movimientos, parecen estar operadas por un ser sin rostro alguno, con su cuerpo tapado de negro al punto que pareciera un vacío entre las luces de su efímero pero resonante laboratorio. Verlo en una cíclica danza articulando una música hecha desde su andrógina, futurista y nula condición, refleja una sola cosa: sonoridad. Es como si su presencia le dijera a los ojos que escucharan y llamaran al cuerpo a no preocuparse por nada más que seguir el pulso. Al presentar la música sin cara, W.I.R.E. reta al oyente a su anulación, básicamente porque el que está tocando se anula y esto se refleja en el que asiste a su conjuro. Aquí oyentes y artistas se han unifican como entidades difusas, sin importarse por saber quién es quien. En vez de ello la maraña colectiva se expande en el momento como siendo un mismo mar de sonido, en una muy singular forma de invisibilidad, intangibilidad y materialidad de la experiencia misma de moverse en el espacio.

La música parece entonces sonar desde un mero rastro, una entidad visualmente desconocida, pero proyectada entre ecos como quien teje universos con loops, sintetizadores o pedales de guitarra que aquí intercalan drones subterráneos, secuencias extraterrestres y delicados cortes entre fuertes beats, cambios y curvas inesperadas que se consuman como una extraña pero apasionante narrativa de conexiones que no son otra cosa que pura y directa, vibración primigenia, capaz de hacer temblar desde un pelo hasta una pared de concreto.

III

Los sonidos aparecen y desaparecen más sutiles que las sombras. Dado que el que toca es aquí poco más que una oscuridad danzante, la ausencia visita lo presente no para mostrar imágenes sino para contrastar sonidos. Ese que toca es para el ojo una mera mancha de nada pero para los oídos es magia que transgrede la escucha misma para alcanzar la cumbre del ritmo en la liberación de la corporeidad al entregarse a este ser que pareciera atraer con un magnetismo únicamente explicable en lo que se oye, como si el sonido estuviera no sólo después sino también antes de la materia, para así transformarla a su manera.

Esto orquesta W.I.R.E. en su particular manera de ciencia ficción basada netamente en la sonoridad, la cual parece permitirle, a punta de ecos, entrelazar artilugios acusmáticos, esto es, formas qué no nacen en la materia, qué tienen su fuente en una mera oscuridad, donde no hay nada que ver o tocar y produzca los sonidos, pero aún así se escucha tanto universo en la escucha. La forma como la secuencia, entre bucle y bucle, sin parar durante dos horas, logra sostener la energía colectiva resulta en eso que podríamos considerar un ritual musical propio de una dimensión volátil, fiel a una cultura cibernética, posterior al humano y capaz de baile en el mismísimo fin del mundo.

Son extrañas pero apacibles las voces de los sintetizadores. Se puede sentir de alguna forma la mutación de ecuaciones y operaciones minerales que subyacen en los circuitos de las máquinas que brillan ante este sujeto no-sujeto, ente sin identidad diferente a la incógnita. Al comienzo podría pensarse que no se está escuchando a alguien, por no haber rostro ni sujeto definido, pero ya dijimos que no hay nada que ver y W.I.R.E. es sonido; pero sonido no como esa suerte de maraña ondulatoria, sino como una avalancha de materia: Partículas acústicas traspasando la solidez, perillas filtrando finos cortes de éter que aquí parecieran solo ser susurros intensos, mundos entre mundos, tierras solo escuchadas. Inmaterialidad en ritmo que augura una cosmología personal capaz de invadir los organismos sin escatimar en sus escalas.

De hecho W.I.R.E. fluctúa entre los presentes todos sus planos a micro y macro, entre nociones y estados, entre formas de manipular los sonidos para llevar a la audiencia a deslizarse libremente entre lo simple y lo complejo, entendido aquí como una misma oscilación. En un momento, por ejemplo, hay solo un sonido: un pulso, un bombo. Poco a poco van entrando más rumores, aunque hay también momentos vacíos donde irrumpen de la nada todo tipo de sintetizadores, en poliritmos ciborg, en arpegios de exquisita sinápsis melódica.

Cuando ya se ha perdido el tiempo porque el bucle ha permanecido al punto de ser simple continuidad, W.I.R.E. desata sus más punzantes zumbidos, como si dejara para el final una dosis extrema de sus mundos, donde pareciera escucharse el futuro en ciertos cortes, pero a su vez el inevitable latir de lo analógico, lo primitivo y lo ancestral, se reuniera en una mutación que lo más sorprendente de todo es que acontece una sombra que los dirige luego de semejante trance, solo desaparece, yéndose entre el público como levitando, estado en el que fácilmente queda también un oyente tras escucharlo.

Saywa

Rossana Uribe + Miguel Isaza. Alquimia audiovisual: sonidos, imágenes y palabras entrelazadas en la maraña de la red.